La verdad es de piedra. Por eso muchos no la escuchan. (Cuando la graban en el mármol o la roca, se convierte en eternidad y confesión inmemorial). También es estrella. Por eso tantos no la alcanzan. A la vez es promesa. Algunos la cumplen en tanto otros no, perdiéndose su juramento en el viento del tiempo. Es despertar, cuando abres los ojos desde el sueño de la ignorancia para ver la luz de la gracia. Porque, se ha dicho, el hombre no es malo por nacimiento, sino por ignorancia y desconocimiento espiritual. También es moneda, por ello tantos la compran o la venden. Es espíritu, porque nos otorga la felicidad del alma y de otros. También es justicia: la mentira condena a inocentes, en tanto la verdad les libera de las cadenas y las sombras. (Ya de sí mismos o del mundo). Por ello, si en el planeta reinara la verdad no habría guerras, infamia, miseria, esclavitud y dolor... El pecado original no fue precisamente comer del fruto de la sabiduría, sino valerse del conocimiento para dañar u ofender al semejante o a la divinidad. Otras veces, la verdad es confesión ante Dios y el mundo. También ilusión. Esperanza de aquello que anhelamos. Es por tanto, anhelo, espejismo, ensueño, engaño o desengaño a los sentidos. Aquello que confirma la razón y la realidad, palpable en lo físico o espiritual.
La verdad: piedra, promesa, justicia, moneda, estrella…
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