¿Por qué muchas personas suelen ser aprovechadas, deshonestas y mentirosas? Se podría pensar que por deficiencias en su formación. Pero cuando esas características se extienden a buena parte de la población y perduran por mucho tiempo, se comienza a sospechar que nos encontramos frente a un fenómeno cultural. Caracterizar, entonces, la cultura se convierte en el paso inicial para poder corregir los elementos desacertados. Con esos pensamientos en mente fue que escribí en agosto de 2008 el artículo de opinión que titulé «La cultura del vivo» y que fue publicado en esa fecha por El Diario de Hoy. Dadas las actuales circunstancias, lo reproduzco:
Stanley Rycroft reflexionando sobre el carácter de los conquistadores españoles escribe: «Había una mezcla extraña de características contradictorias en el carácter del conquistador español: de una parte, la crueldad excesiva y la codicia sin límite; de la otra una generosidad sorprendente. Por un lado la anarquía y por el otro la fidelidad absoluta al rey».
A través de los siglos, las paradojas de la cultura del conquistador han sobrevivido hasta nutrir nuestra actual cultura nacional, la que podría calificarse como la cultura del vivo: esos patrones de conducta contradictorios que son observables a nuestro alrededor principalmente por aquellos dispuestos a admitir la verdad.
El vivo pondera su palabra como sagrada, pero él mismo quebranta sus compromisos y promesas. Las promesas se las suele llevar el viento, los grandes principios resulta que eran solo conveniencias temporales y las convicciones más firmes no eran mas que opiniones de una mentalidad siempre en cambio.
En la cultura del vivo es común para los hombres el tener ‘queridas’. Y si no es posible cumplir con los votos matrimoniales ¿cómo se espera mantener la palabra en los negocios, la política u otras relaciones?
El vivo ensalza a la mujer con el elogio, la canción y la poesía pero en lo privado la acosa, la deshonra y la usa. El vivo conduce su autobús o camión, cargándose muy de cerca de los vehículos de señoras y señoritas para ver las piernas de las conductoras quienes, para mayor comodidad, se suben modestamente sus faldas al tomar el volante.
Cuando una mujer pasa al lado de un grupo de hombres el ritual es bochornoso. Sobre todo si la mujer es de clase más humilde, joven, extraña en el lugar o por tener mala reputación. Hasta los niños la provocan y humillan de palabra y gesto comportándose como una jauría.
El vivo adula y actúa servilmente a los hombres que detentan el poder, pero a sus espaldas les desprecian descaradamente. Se le da gran valor a los títulos (no siempre reales) como ‘doctor’, ‘licenciado’ y ‘profesor’ como formas de gratificación personal. Lo mismo sucede con los símbolos de poder como las medallas, los uniformes, las joyas, los vehículos. Cosas que por sí no tienen nada de malo hasta el momento en que quienes los ostentan demandan la adulación y el avasallamiento de quienes no los poseen, lo que es deshumanizante tanto para uno como para el otro.
En la cultura del vivo la basura se arroja en el centro del parque, donde juegan los niños, para no tener que dar unos pasos más al basurero más cercano. Es la utilización de los demás para el beneficio propio. El lugar por excelencia para ello son los puestos públicos donde se practica la vergonzosa regla del no me den, pónganme donde hay.
Pero la cultura del vivo también permea a los empresarios llevándolos a desperdiciar su talento empresarial en la búsqueda de riquezas rápidas, a descuidar la inversión a largo plazo, a pagar salarios miserables y a fijar precios inflados con márgenes de ganancia exorbitantes.
Pero como se trata de una cultura que permea toda clase social, el vivo también se encuentra entre los empleados quienes se ocupan, no de avanzar en el empleo, sino sólo en cumplir con sus horas, trabajando lo menos posible y buscando qué robar. La mentalidad de aprovecharse de los demás es una predisposición mental que impide a las personas alcanzar su potencial.
Hasta que las personas adquieran una mentalidad transformada por el evangelio de Jesús, hemos de seguir adoleciendo de la cultura del vivo para nuestro propio mal y retraso.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.