Al encontrar Azores en Puerto Negro al cernícalo de bandas que perdiera años atrás, el ave maravillosa ya le había olvidado. Además, nadie le hubiera podido separar de Arpa -la huérfana aldeana- quien le había salvado la vida al azor y hecho suyo. Ahora Azores -el antiguo volador de lucernas- se hacía llamar Ghuda, el mago que vendía la poción de la felicidad. Que iba de puerto en puerto, remontando el mundo en los oscuros buques del imposible. Al despedirse de Arpa y del halcón, vio al ave diluirse en la niebla de un tiempo perdido. Buscó a su lado a su náyade Magila y –abrazándola—se alejó con ella para abordar el próximo buque mercante que pasara de largo -como la misma vida. Los amantes se sumergieron en las brumas de la marisma que llegaba. Como suele ocurrir en las historias del mar. La pequeña Arpa oyó un cantar en los bares del puerto que decía: “Halcón de cetrería que se perdió en la ría. Sobre los riscos floridos, azor sin paraíso. Ave de caza y fantasía que se perdió en el día. Halcón de inmensa claridad ¿Adónde iría? Diestro en el arte de volar se lo llevó el azar”. “¡Tanto se pierde al regresar!” dijo el destino. Entretanto –al norte de la aldea— volaron las errantes gavinas. Al pedir al Señor del Sueño me mostrara el sueño de la vida, repito, me mostró la vida de mi sueño. Si llega mañana el despertar seremos uno solo el sueño y yo. (XXXVI) De “Falcón Peregrini” Leyendas del mar. ©C.B.
El ave maravillosa ya había olvidado
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