No sabría decirse a ciencia cierta si Ghuda -el mago de la leyenda- era verdad o sólo una aparición, como las mismas visiones de su espectáculo. Las cuales hacía surgir desde la nada, tal como aparecen los seres maravillosos o acaso imposibles del deseo. Muchos dicen que -en verdad- su fallecida y amada Magila regresó hasta el encantador, mientras éste buscaba perlas en el piélago. Y no era el ser espectral que vuelve de la muerte, sino uno real, buscando -desde lejanas rías- el amor de Azores, tal era el nombre de pila del ilusionista. Hasta entonces todos la habrían creído muerta en manos de aquel desventurado arquero llamado Júpiter. El cual –al confundirle con Azores—había atravesado en su pecho la flecha mortal de su ballesta. Pero la magia pagana de Sibila –la adivina de la mirada eterna—le había vuelto a la vida. Por lo menos entre las felices alucinaciones de Ghuda. Pero muchos –al contrario—creen que fue el mismo prestidigitador quien la había creado desde la nada, mediante la resurrección espontánea de su perdido amor. No obstante -al abrazarla- tan sólo abrazó el vacío. La bella imagen de niebla y ausencia le había hecho creer lo del “eterno retorno” de la estrella. El mágico farsante se fue en el siguiente buque que arribó a Puerto Negro. Empero, algunos cuentan que iba consigo una dama misteriosa y sensual. Un día ambos desaparecerían al despertar. Mientras tanto, habrían sido sólo un sueño. El más dulce y hermoso. (XXXIII) De “Falcón Peregrini” Leyendas del mar. ©C.B.
La magia pagana de la mirada eterna
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