La adivina de ferias no pudo predecir el incierto futuro de los desdichados amantes. Los mismos en volver al amor en el sueño de sus vidas. Aunque tardaran en re encontrarse con el tiempo, en la misma incumplida promesa de ayer. Era una nueva estación. La “primera verdad” o prima-vera. Pero -con el mismo destino del adiós- el amor se iría, luego de volver a ellos en esa floración universal. Se cuenta que una noche clara Magila -aprovechando la ausencia de su hombre, el ballestero Júpiter- se quedó a dormir en la cabaña de Azores, su eterno e imposible amante. En la madrugada se fue de vuelta a su cabaña y Azores le dio un abrigo de cuadros blancos y negros para que cubrirse del frío. Blancos y negros como la misma vida: dual en la dicha y en el dolor; en la sombra y la luz. Entretanto -escondido entre los riscos- Júpiter espiaba a Magila, su infiel mujer. Creyendo que quien salía de la cabaña era el mismo Azores -a juzgar por el abrigo de cuadros- el ballestero disparó su arco a la silueta, ignorando que era su amada Magila. Unos creen que sólo es una leyenda. Pero, según se supo, el ballestero -al ver su doloroso crimen- se lanzó a morir desde un acantilado. Después de ello nadie más supo de Azores el cetrero y de su dorado halcón. Quizá sólo los traficantes del mar y los cernícalos viajeros -del mar de las leyendas- claro está. Donde tornan los cernícalos de bandas. Una vez al año; una vez en la vida. (XXVI) De “Falcón Peregrini” Leyendas del mar. ©C.B.
La flecha en el amor infiel
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