Junto a los buques viajeros un famoso ballestero llegó desde lejos a la ciudad porteña. Tal cual advienen vientos y centauros. Se hacía llamar Júpiter, como la estrella. Con su mortal arco atravesaba aves en vuelo y sílfides del aire. Era, según decires, el más diestro arquero del que se sabía. Montado en su corcel en fuga alcanzaba airoso presas con sus flechas. Se le veía grandioso, cual si cazara estrellas con su mortal ballesta. Ese esperado día del torneo de arco y cetrería se presentó a ganar medallas. Junto a él iba su bella esposa. Azores el cetrero –quien también participaba en el torneo con su dorada ave de presa—miró atentamente a la dama, incrédulo de lo que sus ojos veían: ¡Aquella mujer de esplendor y belleza era nada menos que su abandonada Magila del mar! Aunque ya no tuviera mar, sino ferias y caminos. Azores la buscó entre la multitud para preguntarle por su infidelidad. Magila respondió: “Te esperé por años, hombre y halcón de las ausencias. Sibila me dijo -viendo en su esfera de cristal- que habías muerto en uno de tus viajes. Yo le creí y también morí contigo. Amarte fue mi condena y olvidarte mi castigo de esperar un imposible. Aunque seguí amándote pese a que te creía muerto. Como quien ama a un fantasma, a un espíritu que yace dentro de ti; que enciende en soledades de ausencia hogueras de olvido”. Azores tardó en responder y luego se alejó en silencio entre la multitud del torneo. (XXIV) De “Falcón Peregrini” Leyendas del mar. ©C.B.
Morir en el amor de ausente
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