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Populismo punitivo

"El auge del populismo punitivo se concreta en la transformación del papel asignado socialmente a la cárcel, la magnificación de la importancia de la opinión de las víctimas, y la politización y el uso electoralista de la percepción de inseguridad”.

Por Carlos Mayora Re |

Hay términos que se ponen de moda. El que nos ocupará hoy, el populismo punitivo, se describe como “la estrategia política que consiste en utilizar el derecho penal para obtener réditos electorales, asumiendo la premisa de que el aumento de la severidad de los castigos implica la reducción los delitos”.

La expresión empezó a utilizarse en los años noventa, de la mano, por supuesto, de muchos discursos de “tolerancia cero”, como una reacción al aumento del delito y al abuso de los consensos y permisivismo para con los delincuentes, que se había instalado en algunas sociedades.

Después de la Segunda Guerra Mundial, y del movimiento social conocido como “Mayo del 68”, se llegó a pensar -primero académicamente, luego jurídicamente y por último operativamente- que la solución al crimen debía ser el fruto de una combinación de trabajo social, reformas institucionales, programas de reinserción, etc. Desde esa perspectiva, el castigo como respuesta al delito se consideraba como una especie de venganza social, no deseable en una sociedad moderna, humana e inclusiva.  

Sin embargo, después de décadas aplicando la “fórmula”, se vio que, por un lado, el crimen iba en aumento, mientras por otro los políticos perdían no solo popularidad, sino -más preocupante para ellos- visibilidad.

En unas sociedades en las que las desigualdades (no solo económicas, sino también culturales y -sobre todo- de tratamiento ante la ley) iban en aumento, y los medios de comunicación se popularizaron (o ¿se democratizaron?) vía la comunicación cibernética, la visibilidad del crimen, tanto como la del castigo, se hizo más diáfana; y, por esto, también resultaba lógico que los políticos recurrieran al show y al cacareo de todo lo que hacían en contra de los delincuentes, seguros de los réditos políticos que ese comportamiento les granjearía.

Por otro lado, en un mundo en el que el pensamiento liberal fue tomando preponderancia por encima de las concepciones marxistas/socialistas de explicación de los fenómenos sociales, ya no resultaba aceptable que la explicación de los crímenes y felonías se achacara a las estructuras y superestructuras de dominación de los poderosos; y sí que la culpa o responsabilidad personal de los delincuentes cobrara relevancia.  Por lo que, consecuentemente, castigarlos sin contemplaciones cobraría más aceptación y popularidad.

Una popularidad que el olfato de los políticos no solo no dejó de captar, sino que fue puesta con habilidad mercadológica al servicio de sus intereses electoreros.

También hay que decir que la robustez de la organización de los criminales terminó por pasarles factura.  Pues, como es natural, es más fácil erradicar una banda criminal jerarquizada: se ataca, se pacta, se encarcela a la cabeza, y lo demás viene por añadidura; que emprenderla contra una pléyade abigarrada de grupos de delincuentes.

Entonces, cuando se descalifican las explicaciones estructurales y se echa mano de un discurso que hace responsable personal de sus acciones al delincuente, prende paralelamente en el imaginario popular el cliché del malhechor como un ser egoísta, inmoral y, por lo mismo, plenamente punible. Dejando de lado, además, cualquier esperanza de rehabilitación o reinserción social… y abriendo la puerta a encarcelamientos masivos con tiempos de condena indefinidos.

Así: “el auge del populismo punitivo se concreta en la transformación del papel asignado socialmente a la cárcel, la magnificación de la importancia de la opinión de las víctimas, y la politización y el uso electoralista de la percepción de inseguridad”.

Todo sumado, las sociedades, en lugar de preguntarse si encerrar a los delincuentes tiene algún efecto real en su reeducación o en su reinserción social (como se abogaba en la época pre punitiva), ahora, cínicamente, todos asumimos acríticamente que encarcelando a más gente viviremos más tranquilos. Más aún… hemos llegado a ver con satisfacción, un tanto morbosa por cierto, que las instituciones penitenciarias trasladen al recluso el rechazo y el deseo de venganza que la sociedad depara a los delincuentes.

Ingeniero/@carlosmayorare

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Criminalista Opinión Responsabilidad Criminal

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