Al color celeste desteñido del edificio del Ministerio de Cultura le acompaña una particular soledad. Es casi mediodía y de sus puertas no sale nadie. Sus gradas lucen vacías. Desde afuera observan algunas ventanas abiertas y en su interior solo oficinas vacías.
La cartera de Cultura se encuentra en el Centro de Gobierno, rodeada por un complejo de edificios que alberga a los ministerios de Economía y Educación, desde los cuales las actividades parecen normales: empleados entran y salen antes de la hora de almuerzo, hasta la pequeña sucursal de una agencia bancaria ubicada al centro del parqueo luce con más movimiento.
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Lo anterior contrasta a lo vivido el pasado jueves en el Ministerio de Cultura, cuando 300 trabajadores de ese ministerio fueron despedidos de sus cargos luego que el presidente Nayib Bukele pidiera mediante un tuit al nuevo ministro cesar a los colaboradores por promover "agendas que no son compatibles con la visión" de su Gobierno.
Uno de esos exempleados lleva las últimas pertenencias que ha logrado sacar del recinto que era su lugar de trabajo: un par de audífonos, una lámpara de escritorio y un vaso con lapiceros. Su camisa de talla grande le sirve de bolsa para sostener sus pertenencias.
Al llegar frente a la casa de la cultura del Centro de San Salvador — una antigua edificación en la que ensayaba el Coro Nacional de El Salvador, dependencia a la que este hombre pertenecía—, lo primero que expresó fue “tratemos de alejarnos para no tener problemas”. Bajo la sobra de un árbol comenzó a desenmarañar su historia, una que viene desde hace más de 25 años como parte del coro.
Pero lo único que él quiere contar es lo que recién vivió.
“El Gobierno nos convocó el día de ayer (jueves) para comunicarnos que nos acercáramos al ministerio para informarnos que habían sacado un decreto transitorio para los empleados de Cultura, ahí se convocó a un total de 35 personas que conforman el Coro Nacional, a todas esas personas, al coro completo, se lo volaron de un plumazo”, comentó aún incrédulo.
Según la fuente, que prefirió mantenerse en el anonimato, no se dio la más mínima oportunidad de argumentar nada y les dijeron que debido a la reestructuración que el Estado hacía en el Ministerio de Cultura, se debían acoger a ese decreto con el único requisito que cada empleado debía presentar un informe de cierre de labores.
“Un coro no es un grupo que se va a agarrar de manera antojadiza de la ciudadanía, ahí había personas de 28, 30, 32 años, no fácilmente se van a preparar nuevos artistas”, manifestó. También opinó que si se quería reestructurar el coro, “una de las instituciones más olvidadas”, lo primero que se debía revisar son los salarios, “muchos ganaban entre $100 y $150”, agregó.
Aseguró que la tecnificación es determinante, “es la supresión de todo el Coro Nacional: pianistas, cantantes, instructores… es un reto para el Gobierno, el montaje de una obra de calidad no lo van a hacer. No nos han dado ninguna razón lógica para hacer esto”, aseveró.
Al mencionarle el mensaje del presidente Bukele, en el que justifica la remoción por la supuesta promoción de “agendas que no son compatibles con las del Gobierno”, este músico se lo toma con seriedad.
En sus ojos se asomó la extrañeza con la que respondió: “En ningún momento nosotros como Coro Nacional hemos promovido ningún tipo de situaciones, las autoridades deberían de recapacitar, no había ninguna persona de la Comunidad dentro del Coro, esto lo han hecho sin ninguna justificación”, comentó mientras se despidió apresurado y con inseguridad, mirando hacia todos lados.
“¿Vienen a ver el siniestro?”, fue la frase con la que inició conversación otro exempleado del Coro Nacional, su corta estatura y su piel clara le hacen parecer más joven; sin embargo, lo primero que comentó es que estaba cerca de cumplir 30 años como parte del coro.
“Estoy fregado de los nervios, tengo familia que aún depende de mí y no sé cómo vamos a hacer”, se lamentó este hombre mientras fijaba su mirada hacia el suelo. “Quizá va a tocar ser independiente, dar clases de canto por ahí o de algún instrumento”, manifestó desde la entrada de la casa de la cultura del Centro de San Salvador.
“Si quieren pueden pasar a ver, ahí solo hay sillas vacías, un piano y atriles”, dijo este instructor musical, al mismo tiempo que un vigilante de una empresa de seguridad privada trató de impedir el paso. “Usted si quiere puede hablar allá afuera, pero no puede dar su nombre”, comentó con voz grave el nuevo guardián del recinto.
Según los empleados de la casa de la cultura del Centro de San Salvador, otra dependencia afectada es El Ballet Folklórico Nacional de El Salvador, ubicada sobre la 6a. av. norte del centro capitalino: un edificio gris oscuro del que sobresalen sus letras doradas en medio del bullicio de las ventas y los buses.
Entraban y salían personas con ropa deportiva, una de ellas se detuvo a saludar, pero al darse cuenta de las intenciones de hablar sobre los despidos del Ministerio de Cultura, interrumpió: “¿Para qué vamos a hablar?, nos van a despedir a nosotras también”, espetó mientras se retiraba, no sin antes cerrar la puerta con suavidad.
