La ciencia nos ha acostumbrado a considerar que, en su campo, “todo tiempo pasado fue peor”. Es la esencia del progreso: si conocemos más, si logramos mejores técnicas, si se descubren nuevas propiedades de la materia, no le queda más remedio que avanzar.
Sin embargo… a veces, también en el mundo científico, es necesario dar marcha atrás.
Es lo que está sucediendo en algunos países europeos en los que las terapias afirmativas para menores que contaban con un diagnóstico de disforia de género, eran ya una práctica médica común; financiada, incluso, por el Estado, y en algunos casos sin la autorización explícita de los padres, o con una información a los pacientes más o menos sesgada.
Como suele suceder, una demanda de una chica contra una institución de salud ha sido el detonante de la revisión y adecuación de dichas terapias, no solo en Inglaterra (donde Keira Bell demandó judicialmente a la clínica Tavistock), sino también en otros países.
Como resultado, la justicia inglesa terminó reconociendo que no existían pruebas indudables de que las terapias de afirmación de género fueran seguras para los menores, y a raíz de esto, la clínica Tavistock no sólo dejó de operar, sino que fue desmantelada.
A partir del ruido mediático que la demanda de Keira provocó, también han saltado a las páginas de los medios de comunicación verdades “incómodas” para quienes promueven y empujan las terapias de reasignación basadas en tratamientos hormonales, y en algunos casos intervenciones quirúrgicas, para la reafirmación de identidades de género percibidas como tales.
Uno de los puntos que más llama la atención es que casi todas las investigaciones serias no muestran que de la transición social (la identificación pública del menor como una persona del sexo que dice percibirse) se derive beneficio alguno para la salud mental. También es conocido que la tasa de desistimiento de los menores para seguir con los tratamientos de reasignación de género es altísima (alrededor del 88%), quizá debido a los efectos segundarios de los bloqueadores hormonales, entre los que destacan una mayor inestabilidad emocional, y empeoramiento de las enfermedades psicológicas subyacentes.
En cuanto a la aplicación de hormonas del sexo opuesto a los menores, se van descubriendo serios riesgos de salud en el futuro de los pacientes, entre los que se incluyen propensión a enfermedades cardiovasculares, hipertensión, generación de trombos… y por lo mismo, mayores probabilidades de padecer accidentes cerebrovasculares, e infartos.
Una organización estadounidense que agrupa pediatras, endocrinólogos, psicólogos, cardiólogos, etc., llamada Doctors Protecting Children, ha llamado la atención a la autoridad sanitaria responsable en temas de medicina transgénero; instándole en un documento a que se vea lo que está sucediendo en Europa, concretamente, cómo “Inglaterra, Escocia, Suecia, Dinamarca y Finlandia han reconocido las investigaciones científicas que demuestran que las intervenciones sociales, hormonales y quirúrgicas [en menores] no solo son inútiles, sino también dañinas. Por lo tanto, estos países europeos han pausado los protocolos y, en cambio, se están centrando en evaluar y tratar los problemas de salud mental subyacentes”.
Al final del día estamos en los dominios de la ciencia. Sin embargo, en todo este tema de la Disforia de Género, la reasignación de sexo, los derechos individuales, la objetividad científica, etc., nos encontramos en un campo minado; en la frontera -por decirlo de alguna forma- entre ideologías e intereses, y el noble deseo de solucionar un problema de manera científica.
Como expresa un médico sueco a cargo de estos programas en su país: “Todo tratamiento debe basarse en la experiencia y la ciencia. Constantemente recibimos aportaciones de nuevos estudios y reevaluaciones de datos anteriores. A veces, esto nos hace reconsiderar y revisar nuestras pautas. Estoy convencido de que todas las partes quieren lo mejor para los pacientes. Es importante que no permitamos que la política y los intereses particulares pongan en peligro su seguridad”.
Ingeniero/@carlosmayorare