La historia de desastres de la penúltima década del siglo XX en nuestro país tiene como registro en sus páginas verdaderas desgracias ocurridas en las comunidades, por haber prescindido de las alertas y el monitoreo del clima, de las condiciones atmosféricas, que en un abrir y cerrar de ojos puede formar un huracán frente a nuestras costas, o se puede formar un tornado en el área metropolitana, caer granizo inesperadamente o soplar fuertes vientos que desprenden láminas de las edificaciones, rótulos y tumbar árboles centenarios. Todo puede pasar en la incertidumbre climática que vivimos en la actualidad, pero, gracias a Dios, existen las herramientas tecnológicas como para evitar dormirse en los Laureles por pura negligencia.
Hace más de cuarenta años lo que parecía ser una madrugada atemporalada (se estima llovió esa noche 1,900 milímetros de lluvia), que también los sistemas atmosféricos provocaban un temporal sobre la zona de San Salvador, en específico sobre el volcán de San Salvador llovía de sobremanera, ya la tierra no podía más, estaba saturada de agua, esa zona donde se encuentran las antenas repetidoras de la radio y televisión conocida como El Picacho un tanque de agua estaba por colapsar. Llovía de una forma preocupante hasta qué el suelo no pudo más y se desprendió una significativa porción de tierra más el colapso del tanque, que por la gravedad y a su paso fue arrancando árboles, despegando inmensas rocas volcánicas, y una correntada de agua y lodo iba haciendo tronar y retumbar todo a su paso, que iba con velocidad, y su ruido se asemejaba al de los aviones y truenos. Nadie pensó que con el sonido de la lluvia en la lámina y duralita se podría obviar la muerte venir de la penumbra del cerro y que sorprendería y sepultaría parte de los caseríos y el pueblito de San Ramón, colonia San Mauricio y la colonia Montebello.
En efecto, los vecinos de esa zona vieron un horroroso deslave que invadió sus casas; otros murieron soterrados instantáneamente bajo el lodo. Nadie sabía que había ocurrido, sin la tecnología que existe en la actualidad más que con el radito de transistores no podían más que escuchar la fantasmal frecuencia del AM.
Nadie sabía lo que poco a poco se revelaría con los primeros resplandores del amanecer, y ver la devastación entre los gritos terroríficos de la población atrapada entre troncos, piedras y casi 5 metros de lodo. Recuerdo en especial, la escena de un cuerpo rescatado por los Comandos de Salvamento que ya se habían hecho presentes en la zona; lo extrajeron totalmente cubierto de lodo. Muchos cuerpos quedaron ahí sepultados y el luto se acrecentaba.
Conforme pasaban las horas y avanzaba la mañana, después del famoso aluvión de Montebello, las imágenes eran dantescas cuanto había arrasado la correntada de lodo desde El Picacho. Ahí surge una foto aérea emblemática qué todos recordaremos, la famosa casa Rosada, única estructura que no colapsó ante el feroz aluvión.
Sin duda una tragedia imprevista, que al igual que los fatídicos terremotos del 2001, la gente la recuerda y las heridas se vuelven abrirse, sobre todo aquellos que en esa desgracia perdieron algún ser querido.
Época con menos tecnología, sin Internet, menos sistemas de emergencia, menos estructuración y conformación de nuevas entidades a cargo de monitorear el tema de la protección civil, un inexistente ministerio de medio ambiente y recursos naturales, hasta cierto punto era comprensible que existiera desconocimiento de este tipo de fenómenos sorpresivos.
Años después, si pasamos por el sector actualmente, el espíritu salvadoreño hace siempre el honor de salir adelante, las cicatrices se cerraron y la zona siguió desarrollándose y poblándose pero deja la lección de seguir vigilando y monitoreo la zona (Mitigación y reforestación en la zona de El Picacho), hoy más que nunca con el cambio climático generando más estragos y eventos climáticos más sorpresivos. Nadie garantiza que no pueda volver a ocurrir y en estos tiempos con mayor fuerza destructiva.
La prevención, culturalmente es algo que no tenemos presente. Cuando suceden las desgracias, reaccionamos. Por eso cuando hablan de desalojar y de ir a parar a un refugio temporal, a nadie le gusta, sobre todo por el apego material, salvaguardar la vida es una actitud consecuente del ser humano y las autoridades, principalmente en nuestro país, altamente vulnerable y con pocas zonas seguras.
Los sobrevivientes de ese tipo de desastres deberían promover la cultura de la prevención en zonas de riesgos y hacer más confiable y efectivo el proceso.
En X @Chmendia