Firmaba sus poemas como Mercedes Quintero, pero en ocasiones usaba el seudónimo Alma Flor. En realidad, se llamaba María de las Mercedes Quintero. Sin progenitor que la reconociera ante las autoridades correspondientes, fue asentada como “hija natural” de Juana Quintero.
Nació en la ciudad de Sonsonate, el lunes 22 de septiembre de 1890. Fue bautizada por el ritual católico por fray José Patricio Ruiz, párroco de la Catedral de la Santísima Trinidad, el domingo 28 de ese mismo mes, con Gertrudis Ipiña como madrina. Ese fraile chiapaneco llegó a El Salvador en 1872 y fundó el Colegio de Guadalupe en Sonsonate, que dirigió hasta su muerte, ocurrida a las 15:00 horas del Lunes Santo (12 de abril) de 1897.
Trasladada por su madre a muy corta edad hacia la ciudad de Santa Ana, en el Hospicio Moraga cursó sus estudios elementales. Quizá por ese motivo es que en varios libros dedicados a la literatura salvadoreña se refieren a la urbe santaneca como su lugar de nacimiento, con el erróneo 1898 como año de su llegada a la vida.
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Trasladada a la capital salvadoreña, completó su educación secundaria en el Instituto Técnico Práctico de Señoritas y en la Escuela Normal de Maestras, donde en 1903 obtuvo su título de educadora.
Fue una de las pioneras salvadoreñas en el arte de la fotografía, la que incluso enseñó en algunas de las instituciones educativas en las que laboró. Ese fue el caso del Instituto Técnico Práctico de Señoritas. Por acuerdo del Poder Ejecutivo en la Secretaría de Instrucción Pública del 1 de febrero de 1922 (Diario Oficial, tomo 92, no. 31, martes 7 de febrero de 1922, pág. 172), fue nombrada profesora de la materia práctica de Fotografía para el cuarto curso, así como del curso especial de Estenografía. Ambas disciplinas representaban seis horas semanales de clases, por las que devengaba un salario mensual de 30 colones.
Dedicada a sus labores docentes, se le abrieron nuevas oportunidades de mejoría salarial mediante empleos gubernamentales en el ramo de contaduría y secretariado, gracias a sus conocimientos de Contaduría, Mecanografía, Estenografía, Taquigrafía y Dictado, así como Inglés y Gramática castellana, materias de las que también ofreció clases particulares.
Trabajó en las secciones de redacción y administración del Diario del Salvador (San Salvador, 1895-1934), dirigido por el escritor y diplomático nicaragüense Román Mayorga Rivas (1862-1925).
En 1921, ingresó como funcionaria a la Secretaría de Relaciones Exteriores del gobierno salvadoreño. Como escribiente encargada de la ventanilla de expedición de pasaportes y auténticas en esa dependencia de gobierno, fue la única mujer en una planilla de 21 hombres, entre quienes se encontraban los escritores y periodistas Enrique Chacón y Abraham Ramírez Peña. Ambos intelectuales la invitaron a colaborar con sus poemas en los medios impresos que ambos dirigían o en los que aparecían sus trabajos con mayor frecuencia.
Dio a conocer diversos escritos literarios en revistas y periódicos nacionales, aparecidos entre 1915 y 1924. Entre esas publicaciones periódicas estuvieron las revistas capitalinas Ateneo de El Salvador (1915), Actualidades (1915-1918), Atlacatl (fundada en enero de 1921, por Abraham Ramírez Peña, quien solía escribir tras el alias José Garrick) y La semana (fundada en abril de 1924 y en la que colaboraron también Francisco Gavidia, Alfredo Espino, Salarrué, Ramón de Nufio, Juan Ulloa y otros), al igual que en el diario El día (San Salvador, 1923-1933).
Algunos medios de otros países centroamericanos, así como de México, Venezuela, Argentina, Cuba, Colombia y España se interesaron por reproducir sus versos, los cuales fueron comentados con elogios y simpatías. En agosto de 1923 se publicaron en El Heraldo de México algunos de sus poemas junto con los de Tula van Severen y Carmen Brannon (nombre real de Claudia Lars) en un suplemento artístico especial de escritoras salvadoreñas, dirigido por el periodista Mario Santa Cruz.
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Influida por las tendencias posmodernistas y panteístas de los albores del siglo XX, su obra -marcada por el uso del soneto como forma poética- abordó a la naturaleza como paisaje, a la vez que se enfocó en describir costumbres y personas hasta llegar a narrar en verso crueles escenas de la vida cotidiana de El Salvador de los primeros años de la vigésima centuria.
A juicio del acucioso investigador y escritor salvadoreño Lic. Vladimir Amaya, “si hay una poesía transparente, sin un átomo de malicia, sin arrebatamientos pasionales que rayen en la confesión sexual, sin pretensiones de erudición o de ostentar la bisutería de una u otra estética elegante, o ser una poesía quejumbrosa de tonos luctuosos y sombríos, esa es la obra de Mercedes Quintero. Irrumpió en la escena literaria en el período en el cual estaba en boga el hechizo romántico y el impulso del Modernismo empezaba a intentar romper lo último de tal ‘hechizo’. Sus poemas distanciaban de la línea preponderante de la época. Su obra sentimental no por imposición sino por naturalidad, descriptiva más que retórica, vernácula a veces; como cuadro costumbrista retrataba en verso su amada fauna y flora, que tan apegada a ellas se sintió en su corta vida. (…) Con un lenguaje suave y una personalidad en constante asombro por los fenómenos más pequeños de la vida, escribió su lirismo honesto ante todo.”
Su única hija Milagro del Rosario Quintero nació en el barrio de San José, Cojutepeque, departamento de Cuscatlán, a las 11:00 horas del martes 20 de mayo de 1924. Tampoco tuvo un padre que la reconociera en la alcaldía local. Su madre no pudo acudir a efectuar ese trámite administrativo. Las labores de parto fueron de extrema violencia obstétrica. La salud de Mercedes Quintero se deterioró para no reponerse. Falleció como resultado de fiebre puerperal, a las 14:00 horas del viernes 13 de junio de ese mismo año. Fue sepultada en el cementerio cojutepecano, en la tarde del siguiente día.
Debido a su prematura desaparición, Mercedes Quintero no pudo ver la edición final de su obra poética que, bajo el título Oasis, fue publicada por una casa editorial de Barcelona (Cataluña, España), gracias a las gestiones hechas por el Lic. Félix Estrada Orantes.
En la mañana del domingo 24 de agosto de 1924, la Sociedad de Empleados de Comercio de El Salvador -de la que fue cofundadora y secretaria de junta directiva- develó una placa de mármol sobre su tumba, realizada en San Salvador por el taller de Ferracuti Hermanos, los mismos creadores de los cientos de baldosas hidráulicas del segundo Palacio Nacional (1905-1911), destruidas con lujo de barbarie en abril y mayo de 2024.
En la mañana del sábado 17 de julio de 1948, en Villa Elena (mansión situada sobre la avenida Cuscatancingo, frente al entonces local del Asilo Salvador o Manicomio Central, en la ciudad de San Salvador) fue bautizada la Escuela Mercedes Quintero, que desde ese mismo día albergó en su interior a la Biblioteca Escolar Refugio Sifontes, dedicada a honrar la memoria de esa otra docente nacional. Ese centro escolar aún existe y funciona en su edificio original, que todavía espera una declaratoria oficial como bien cultural protegido dentro del patrimonio edificado o tangible.
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Su excompañera de estudios, quien se consideraba su hermana, la también educadora Soledad Mariona de Alas (San Salvador, 28.julio.1890-Soyapango, 14.agosto.1968), realizó la recopilación y publicación de sus materiales poéticos, los que dio a conocer mediante dos volúmenes, a los que tituló Oasis I (reedición del texto de 1924, San Salvador, Editorial Ahora, 1961, con miniaturas al pincel hechas por Soledad Mariona de Alas), Oasis II (San Salvador, ediciones SOLMAR, 1964, 59 págs.) y Oasis III (ibídem, 1965, 55 págs.). Además, publicó Laurel lírico para Mercedes Quintero. Rosario de recuerdos (San Salvador, 1970), un folleto donde reunió diversas notas necrológicas y salutaciones poéticas con motivo del fallecimiento de la poeta, fotógrafa, docente y funcionaria.
El jueves 6 de octubre de 2005, en el tomo 369, no. 185, página 4 del Diario Oficial fue publicado el acuerdo ejecutivo 16-0137 del Ministerio de Educación, que contiene una lista de autoras y escritores cuyas obras son consideradas patrimonio cultural nacional. En ese listado aparece Mercedes Quintero, pero ni sus archivos y manuscritos (si existieran) y su obra publicada han merecido atención por parte de las autoridades culturales hasta la fecha.
Poemas suyos fueron incluidos por Juan Felipe Toruño en el tomo III de su antología general Los desterrados (San Salvador, 1950), así como por Luis Gallegos Valdés y David Escobar Galindo en su compilación Poesía femenina de El Salvador (San Salvador, 1976) y por el segundo en su Índice antológico de la poesía salvadoreña (San Salvador, 1982). En fechas más recientes, Vladimir Amaya reunió otros trabajos poéticos suyos en las recopilaciones Perdidos y delirantes. 36/34 poetas salvadoreños olvidados (San Salvador, 2012) y Torre de Babel. Antología de la poesía joven salvadoreña de antaño (San Salvador, 2015), donde figura en el quinto de los catorce tomos que tiene ese magno trabajo.
Dos sonetos de Mercedes Quintero
Mayo
Salve, mes oloroso a tierra humedecida
que llegas en tu carro pletórico de rosas.
Mi corazón poético celebra tu venida
cantando sus ingenuas baladas amorosas.
Salve, mes de las lluvias tempraneras que llevas
más vigor a la savia que nutre los maizales,
bello mes que los árboles revistes de hojas nuevas
y cubres -tul de nieve- de flor de los cafetales.
Razón tiene en vestirse de gala la pradera
si en tu carro pomposo llega la primavera
triunfal, envuelta en gasas de polícromo tul.
Cúbreme con tus rosas para sentir, ¡oh mayo!
embriagada de aromas - en un dulce desmayo-,
que se me va la vida en un ensueño azul.
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Fue en un jardín
Fue en un jardín. El sol se despedía
en un atardecer del mes de enero,
enviando tibios besos al otero
que en un tono de gualda se tenía.
Y presurosas iban y venían,
rededor de un florido limonero,
multitud de hormiguitas que en reguero
de pétalos fragantes recogían.
Salvaban, con su carga, vacilantes,
un paso de agua que el camino obstruía;
¿puente? Una brizna que en la linfa había
cruzada; así, en viéndolas, flotantes
barcos de blancas velas simulaban,
que al beso de los céfiros bogaban.