El señor Bauer mantenía una relación adúltera con la esposa del señor K. En 1888, Bauer había presentado tuberculosis, por lo que se trasladó de Viena a una región adecuada para su recuperación, junto con su esposa e hijos. Allí conocieron a los señores K. Ida, hija de Bauer, contaba con seis años. La señora K se había dedicado al cuidado de Bauer e Ida atendía a los hijos de la pareja K.
Bauer y K se habían convertido en buenos amigos. K intentaba seducir a la hija de Bauer desde que ella tenía catorce años. Ida, lo había rechazado con muestras de repugnancia luego que la había besado en los labios. Esto sucedió en 1896, siendo que la niña calló, sin delatar al abusador. Años después, mientras ambas familias veraneaban en la residencia de los K, cercana a un lago, K hizo propuestas amorosas a Ida. Esta vez, la adolescente de dieciséis años, se lo contó a sus padres. K negó todo. La señora K argumentó que las mentiras de Ida provenían de su curiosidad por temas sexuales y la lectura de libros de temas sensuales. Ida exigió a su padre la terminación de sus relaciones con los K. Este se negó. Sus padres expresaron que era una mentirosa.
Bauer condujo a Ida al consultorio del afamado doctor Sigmund Freud, para que corrigiera a su hija y la “regresara a la normalidad”. Estaba loca y mentía. La consulta dio inicio con el relato de una tos persistente en Ida desde hacía dos años, así como inestabilidad emocional, cefaleas y depresión, desde los doce años y otros síntomas inespecíficos. Sumado a esto, después del abuso del señor K, Ida se sentía perturbada cuando visualizaba que un hombre hablaba animadamente con una mujer.
A Freud le sorprendió que Ida, a los catorce años, al besarla el señor K, en vez de sentir placer sexual, había sentido asco. Consideró que se había dado “un desplazamiento”: undisplacer propio de la mucosa de la entrada del aparato digestivo en vez de una sensación genital. Diagnosticó a Ida como “petite histérica”. Posteriormente, al enterarse, por Ida,de la relación íntima entre Bauer y la señora K, y escuchar los sueños que la joven tenía; consideró que Ida, celosa, estaba tratando de llamar la atención sobre la conducta de la señora K y que en realidad estaba enamorada del señor K.
El psiquiatra vienés publicó este caso con el título“Fragmento de análisis de un caso de histeria”, en 1905, usando el seudónimo de Dora para Ida, para mostrar al mundo la utilidad del psicoanálisis, la interpretación de los sueños y la transferencia. Una conducta que fue criticada por sus colegas pues no le había pedido permiso a la paciente, para hacerlo público.
Son diversos los pensamientos que genera nuestro cerebro al leer la narración anterior que se dio dentro de la prácticaclínica del quizá, psicoterapeuta más famoso en el mundo; fundamentalmente porque, a más de cien años de estos hechos, las ideas médicas, políticas y jurídicas, se han transformado, enormemente.
Las transformaciones toman tiempo. Ida tuvo suerte de haber vivido a finales del siglo XIX y no en 1935, cuando el neurólogo portugués, Antonio Egaz Moniz, seccionaba la corteza prefrontal del cerebro usando un alambre retractable, para tratar, no solo la depresión, sino también la esquizofrenia y la ansiedad. Se convertiría en pionero de esta terapia y ganador del Premio Nobel de Medicina en 1949. El neuropsiquiatra norteamericano, Walter Freeman, simplificó después dicho tratamiento, utilizando un pica hielo que introducía a través de la cuenca orbitaria para lograr el mismo propósito, como cirugía ambulatoria, ayudándose solo de anestesia local y practicándola en numerosos hospitales psiquiátricos y manicomios desprovistos de quirófanos. En esta forma, entre 1936 y 1964, se efectuaron aproximadamente 60 mil “lobotomías prefrontales”. Me atrevo a afirmar que existe la posibilidad que Tennesse Williams, se inspiró en esta información para escribir el guion teatral de “De repente, el último verano”, que mencioné en el artículo pasado (deberían ver la película con Elizabeth Taylor, es muy buena). Al cancelar las lobotomías prefrontales, los expertos la catalogaron como “uno de los errores más bárbaros cometidos bajo el patrocinio de la medicina oficial”.
Se comprende que la humanidad, en su totalidad, al igual que Freud, Moniz y Freeman, es susceptible de errar. Aunque, además de equivocarse, se protege, olvidando sus errores; y, evoluciona, reformando sus puntos de vista a partir de los cuales evalúa la realidad, científicamente. En cuanto a los médicos, el error siempre los ha acompañado, asi como a su profesión y a su análisis; aunque también, a su capacidad de “salirse de la caja” y dar el salto de superación.
En nuestros días, un médico, al enfrentarse con la situación de Ida, inmediatamente hubiera llamado a las autoridades y posiblemente, los señores K y Bauer, hubieran sido arrestados mientras se investigaba, vistiéndoles de blanco. Qué fortuna la que tenemos de vivir en esta época. ¡Hasta pronto!
Médica, Nutrióloga y Abogada Mirellawollants2014@gmail.com