Suelen los seres del mar arribar a las playas en tiempos de temporal o de marismas. Son seres diversos y extraños: algunos plomizos, otros negros, azules, nacarados. Su rostro y piel son pálidos y tienen la mirada de los dioses del mar. Hubo una joven adivina de circos llamada Maguila que –según “decires”— tuvo el don de la eternidad. Pero lo cierto es que las leyendas duran años, centurias, a veces milenios. Eso da eternidad al personaje. Y algo así ocurrió en Puerto Negro donde la gente vivió un sueño. Un sueño divino claro está. Porque el Señor del sueño logró hablar con la divinidad. La misma que le otorgó el don de sanador de la felicidad. Cuando descubrió las artes mágicas del circo –pero del circo de otros mundos—se metió en la hechicería y aprendió a convertirse en animales diversos. El día que supuestamente murió consumido en el incendio de su espectáculo, escapó de la muerte convertido en halcón. El mismo cernícalo cetrero de ilusión. Que, golpeado por la tempestad, sobrevivió en la cumbre gracias a una niña llamada Arpa. Que resultó ser la náyade convertida en ser humano. La misma Maguila renacida en Arpa y el mismo Azores, convertido en ave rapaz. Es así como aparecieron en el cielo del circo los seres fabulosos de la irrealidad dominando los aires. (V)
La náyade convertida en niña
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