¿Cómo se posiciona la Universidad de El Salvador frente a los retos y problemas que enfrenta el país? Se pueden asumir tres posibilidades: que la institución entienda que su responsabilidad es contribuir, desde su especificidad de institución académica, a los esfuerzos en que el país se empeña, sin que esto implique dar un cheque en blanco a los gobernantes. Así lo entendían las autoridades universitarias en el periodo 1963-1967, cuando era rector el Dr. Fabio Castillo. En la memoria de labores 1963-64, el secretario Mario Flores Macal expresaba: “Las nuevas autoridades tienen entendido que es un requisito indispensable para el desarrollo industrial y técnico del país el dotar científicamente a este centro de estudios de la capacidad económica necesaria que le permita la formación integral de los distintos técnicos y científicos que contribuirán a sacar a El Salvador de la fase de atraso en que hoy se encuentra.” Aparte de la formación de profesionales, la UES estaba empeñada en promover la investigación y elevar la calidad de la enseñanza. La creación de departamentos era la síntesis de esa apuesta.
La buena disposición del rector no implicaba actitudes genuflexas ante el gobierno. Fabio Castillo tuvo repetidos choques con el poder político en temas como autonomía, financiamiento y libertad de cátedra. La misma memoria, señala que “se tuvo que librar una gran batalla contra el Poder Público, a efecto de que el Ministerio de Hacienda… respetara el presupuesto original… en memorable sesión del claustro pleno, los organismos universitarios resolvieron exigir al Poder Público la aprobación del Presupuesto… Esta vez se obtuvo nuevamente respeto para el Presupuesto de la Universidad y se salvó la Autonomía económica”. (Memoria de labores, 1963-64).
La segunda posibilidad sería una abierta confrontación, que partiría de asumir que los problemas de país son de tal magnitud que no se pueden resolver mediante reformas, sino que demandan cambios radicales y profundos. En diciembre de 1979, Félix Ulloa asumió la rectoría de la UES. Su discurso dejó entrever la manera cómo había llegado al cargo. Había sido posible por un difícil acuerdo entre fuerzas políticas; las organizaciones estudiantiles eran la principal, seguidas por los docentes. El sector profesional estaba menguado. Tras bambalinas había acuerdos entre las organizaciones de izquierda revolucionaria.
Ulloa afirmó que asumía un mandato. En su cumplimiento estaba “implícita la reorientación de nuestra Alma Mater. Reorientación que buscará identificar nuevamente la institución con el pueblo”. Luego se refirió a las condiciones políticas del país y al golpe de estado del 15 de octubre. “Deberemos tener claro que, en la actual situación, toda apertura democrática se convierte en una retranca para el avance del pueblo hacia su liberación definitiva”. Señalaba que la exacerbación de contradicciones en la política nacional, “tiene que alimentar y acelerar el proceso de desarrollo de las organizaciones populares y masivas; así como el de implementar una estrategia que se imponga a la contrarrevolución… la Universidad debe tener clara su responsabilidad y compromiso con el pueblo salvadoreño”. (El Universitario, 18/12/79, p. 3) Para entonces, era claro que la Universidad se había comprometido de lleno con el proyecto revolucionario. No se pretende discutir las razones por las cuales se llegó a tal situación, ni las implicaciones posteriores de tal decisión.
Volviendo al tema inicial. Una tercera vía sería mantenerse al margen de los avatares políticos, e incluso de las apuestas de desarrollo en boga. Esta puede ser una decisión consciente de las autoridades, o consecuencia de la pérdida de protagonismo institucional. Ni el poder político, ni los poderes económicos tienen la necesidad de convocarla. Esta sería la tónica de la posguerra, con dos excepciones puntuales: el segundo periodo rectoral de Fabio Castillo (1991-1994) y el de María Isabel Rodríguez (1999-2007). En esos años, se intentó reformar la institución, a fin de que volviera a tener incidencia científica y política, pero se impusieron las inercias de posguerra.
Mantenerse al margen de los problemas de país y de la discusión política puede justificarse fácilmente, e incluso ser del agrado de algunos. Lo primero es argumentar que la institución se debe al trabajo académico. Se puede alegar incluso que cuando se mete en política le va mal, y hay ejemplos a mano. Esto es válido a condición de equiparar la POLÍTICA, así en mayúsculas, con la política partidaria. Esto lo tenía muy claro Ignacio Ellacuría, cuando en 1979, demandaba a las organizaciones político-militares no usar la UES en función de su proyecto político. Pero Ellacuría, no concebía a la Universidad al margen de la política: “La dimensión política de la Universidad es no sólo un hecho sino una necesidad, que debe ser aprovechada positivamente”, decía en uno de sus textos. Pero, brillante como era, inmediatamente acotaba, “no toda acción política hecha materialmente en la Universidad es una acción universitaria”. (Ellacuría, Universidad y política, abril 1979).
Ellacuría pertenecía a una elite intelectual y tenía serios recelos de los que levantaban banderas radicales: “Con frecuencia son los menos dotados universitariamente, los menos identificados con la Universidad y los menos vocacionalmente dedicados a la labor universitaria… su politización no tiene para nada en cuenta las exigencias de una labor que no entienden.” Obviamente, el jesuita era muy mal visto por los aludidos. Sin embargo, Ellacuría no descalificaba la validez de sus empeños revolucionarios, pero pedía que usaran “otras instancias donde ejercer su actividad política no universitaria”. De tal modo que la Universidad dedicara el cien por ciento de sus energías a la POLÍTICA, que al final de cuentas es poner el saber universitario al servicio “de aquellos procesos que favorezcan el cambio social, y en contra de aquellos otros que lo dificulten”. Para lograrlo es necesario que la Universidad tenga pensamiento crítico, “sin dejarse engañar… por formulaciones ideologizadas”.
Ellacuría es el más político de los rectores universitarios de El Salvador. La forma como él entendía la política incomodaba a los políticos, ya fueran de derecha o de izquierda. Quien aspira a ejercer un puesto de dirección universitaria, sobre todo en la universidad pública, debiera estudiar a Ellacuría. Entendería, que al meterse en la Universidad debe resistir la tentación de la política partidaria. Pero mantenerse al margen de la POLÍTICA es negar la condición misma de la Universidad, cosa más grave si se trata de la universidad pública. Hoy día, hay quienes despotrican contra la injerencia del FMLN en la UES, pero esconden que ellos trabajan abiertamente para el partido en el poder. Ellacuría diría que ninguno debiera tener cabida en la UES, si su presencia atenta contra su libertad y su capacidad crítica de la realidad.
Historiador, Universidad de El Salvador