En agosto próximo se cumplirán 55 años del evento musical más emblemático de Estados Unidos: la Feria de Arte y Música de Woodstock, conocida únicamente como Woodstock.
Este memorable festival fue en realidad una congregación hippie con música de rock que se realizó desde el viernes 15 hasta la mañana del lunes 18 de agosto de 1969 y tuvo lugar en una granja de 240 hectáreas en Bethel, condado de Sullivan, estado de Nueva York.
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Tanto fue el entusiasmo de los asistentes al festival que cuando llegaron en masa no se percataron de que no había suficientes baños, establecimientos médicos o de primeros auxilios, comida y agua. Tampoco les importó que el vasto recinto estuviera caluroso, húmedo y embarrado.
Y es que la única intención de la mayoría de los asistentes era disfrutar la “exposición de Acuario: tres días de paz y música”, nombre con el cual los organizadores habían promocionado el evento.
Treinta y dos presentaciones artísticas hubo durante el festival que congregó a poco menos de medio millón de personas. Los organizadores del encuentro esperaban solo 60,000 asistentes.
En ese mar de gente con espíritu de libertad había 4 salvadoreños, uno de ellos era Alberto Bayo, que en aquel momento tenía 19 años.
En una reciente entrevista con Marvin Galeas para este medio de comunicación, Bayo, quien también es conocido como Beto, narra con lujo de detalles aquella experiencia psicodélica que le marcó la vida y que aún guarda en su memoria.
TODO ERA "PEACE AND LOVE"
De acuerdo con su testimonio, tras concluir su educación media en Antigua Guatemala, su madre lo envió a Guadalajara, Jalisco, México, en donde “todo era tequila, mariachi y rancheras”.
Un día, mientras se encontraba en esa ciudad recibió la llamada de un entrañable amigo que residía en Estados Unidos para invitarlo a pasar unos días en esa nación.
“Estando ahí, en Jalisco, me habló mi mejor amigo, Arístides, que en paz descanse. Él estaba estudiando en Estados Unidos y me dijo: ‘Ey, ¿qué te vas a hacer para el summer (verano)?’. Le dije: ‘(voy) para El Salvador’ y me respondió: ‘No, no, te invito, venite aquí (Estados Unidos)’. Y me fui donde él”, recuerda Bayo.
Entusiasmado, aceptó la invitación.
A los tres días de estar en Estados Unidos, Arístides le hizo otra invitación, esta vez para asistir a un festival de música donde todo iba a ser “peace and love (amor y paz) y hippies”. Esa fiesta no era más que Woodstock.
“¿Y eso qué?, ¿qué festival?”, rememora Beto que le preguntó a su camarada.
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Uno de los detalles que le reveló su amigo sobre la feria -y que lo motivó a asistir-, era que en los momentos lluviosos, “las chamacas se quitarían la ropa” ante la vista de todos y sin pena alguna.
Tras explicarle de qué se trataba el evento y a pesar de que no le interesaba el rock, pues su gusto musical estaba inclinado hacia las rancheras, Bayo aceptó ir con Arístides y un amigo de él al festival.
“¡Vamos pues!”, asegura Bayo que le respondió a su amigo.
ANDABA "VOLANDO"
El compatriota recuerda que a mediados de agosto de 1969, junto a sus amigos, llegó hasta una carretera, en donde dejaron estacionado el automóvil en el que se conducían.
“Entonces llegamos, dejamos el carro en una autopista por allá, y a caminar, luego un jalón, para llegar ahí (al festival)”, rememora.
Durante el festival, se vivieron intensas noches de sexo y drogas, destacando el consumo de LSD y marihuana; todo con un fondo de música rock. Y todo eso lo recuerda Bayo.
Respecto a ese fenómeno, él trae a su conversación con el escritor Marvin Galeas una de las tantas vivencias.
“Entonces, se nos acabó el agua, porque era a campo abierto. Y unos de por ahí empezaron a pasar galones de agua, como era ‘peace and love’ todo”, expresa el empresario.
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Debido a la gran sed que tenía, él hizo caso omiso a la petición de dar solo un trago de agua. Dio varios sorbos, sin saber que al líquido le habían agregado LSD.
Tras beber el agua con la potente droga, recuerda que fue en búsqueda de comida. En su trayecto uno de los “Hall Angels” (ángeles del infierno), que eran los encargados de brindar seguridad, lo “aventó” con su motocicleta. Fue en ese momento que cayó en cuenta de que estaba bajo los efectos de la droga.
“Yo me paso la calle y me avienta una moto de los babosos esos, y le pegué una insultada en español, que por suerte no entendió”, expresa.
Al llegar al lugar que andaban buscando, le dijo a su amigo: “Mirá, sentí que el brinco lo di como en pausas”.
Fue en ese momento que Arístides le reveló lo que contenía el agua que minutos antes había consumido.
“Y empecé a ver el cielo como si viese un caleidoscopio. Veía como Superman”, recuerda Bayo entre risas. “Me acuerdo de pocos conjuntos (musicales). Yo andaba ‘volando’. No había violencia, las parejas hacían el amor frente a otras personas. Hubo mucha lluvia, mucho lodo, mucha droga, mucha música y mucha paz”, agrega.
“LOQUERA” MEMORABLE
En la entrevista, Galeas le preguntó a Bayo cuál fue la escena de Woodstock que le quedó más grabada en la memoria. La respuesta no fue más que graciosa.
“La gran loquera. Quedamos chulones (desnudos), se me perdió la ropa. Y ya cuando empezamos a ‘aterrizar’ me encontré un pantalón que a lo mejor fue de un Globetrotters. Hasta aquí me llegaba el pantalón (señala el pecho) y con ese nos regresamos”, comenta el salvadoreño.
Al concluir la amena plática, Bayo reveló que desde el primer día perdieron al otro amigo de Arístides, y que fue hasta finalizar la feria que lo volvieron a ver.
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“Cuando llegamos al carro, ahí esta él (el otro amigo), nos había esperado dos días en el carro. Y nos regresamos”, puntualiza.
Al igual que Beto Bayo, muchos de lo que asistieron al festival aseguran que la música no fue la parte más importante de Woodstock, que lo que lo hizo memorable fue su atmósfera general.
En aquel evento ocurrido hace más de cinco décadas, hubo mucha gente que pasó malos momentos o un mal viaje, pero que a pesar de las condiciones extremadamente deplorable de Woodstock, la multitud permaneció relativamente pacífica; fueron escasos los actos violentos y lamentables.
El hecho de que Woodstock fuera un suceso extraordinario significa que probablemente sea imposible de repetir, aunque muchos lo han intentado.
Por ejemplo, Woodstock 1994 o el festival de 1999 terminaron siendo completamente diferentes, en particular ese último que estalló en violencia.