De mayor supe la especie de aquel tritón de mar que solía verle cuando niño -desde lejos y entre la neblina- en noches de plenilunio. Allá en la barra lejana -estuario de sardinas, bagres y nautilos- que daba al mar. El tritón, deidad marina a quien se atribuía figura de hombre desde la cabeza a la cintura y el resto de pez. Otra especie que aparecía en el estuario encantado era el “perro de aguas” que tantas veces –mientras yo dormía—se me acercó y puso su nariz húmeda y fría en mis pies descalzos. Porque era en la playa donde se desnudaban los veraneantes del último sol. Igualmente desnudos como el perro de aguas, las serpientes de mar y las fabulosas ondinas. Una mirada del animal oceánida decía mucho. Tanto más que la mirada humana. Aquella que atisba de soslayo la espalda de un sueño para clavar en ella su dardo de sal. Juno, el tritón de la nostalgia, tenía, en cambio, una mirada fiel y de buenos augurios. Si te miraba fijamente era que gustaba de tu persona. Si, por el contrario, veía hacia otro lugar, era preguntando hacia dónde ibas o venías. “Este anfibio es como los mismos humanos veraneantes- dije en mis adentros. Nadie sabe desde dónde vienen ni hacia dónde van. Como los mismos sueños de la felicidad: Talvez desde la nada o desde algún distante mar.” A veces en mis sueños -cuando regreso al mar o que calla la vida- me parece escuchar desde los riscos, otra vez el canto lejano de sirenas o del tritón azul -que miraran mi sueño en las estrellas. (Y II)
“JUNO” EL TRITÓN AZUL DE LA NOSTALGIA
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