Hola, Arnd:
Todo comenzó hace 57 años, un 2 de junio 1967. Fuiste a una manifestación en frente de la Ópera Alemana en Berlín. El presidente de la República Federal Alemana había invitado al Sha de Persia, Mohamed Reza Pahleví, quien estaba de visita de Estado, a ver la ópera Zauberflöte, La Flauta Mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart. El día anterior, cuando el alcalde recibió al Sha, un grupo de estudiantes había protestado frente a la alcaldía. Tú no fuiste, no te gustaban las manifestaciones, estabas metido en tus estudios de literatura y en tu sueño de convertirte en escritor. Pero todo cambió cuando viste en el noticiero las imágenes de los manifestantes pacíficos que fueron atacados brutalmente por docenas de agentes iraníes, la guardia personal del Sha. Vestidos de civil y armados de bates de béisbol, vapulearon a los estudiantes, bajo los ojos de la inactiva policía berlinesa. Docenas terminaron en hospitales.
Igual que miles de estudiantes y de manera espontánea, fuiste al día siguiente a la Opera para retar al Sha y no dejarlo entrar a la Ópera. Nadie estaba preparado para el tamaño y la rabia de la multitud, mucho menos la policía. Eran miles y miles que bloquearon el acceso a la Ópera. Los policías trataron a dispersar a la multitud y abrir un camino para el Sha, los manifestantes resistieron. En medio del desmadre, observaste a pocos metros a un policía que sacó su arma y apuntó a uno de los estudiantes. Era Benno Ohnesorg, a quien conocías del departamento de Germanística de la Universidad Libre de Berlín. Un tipo tranquilo que asistió a su primera -y última- manifestación de su corta vida. El policía lo mató con un tiro certero, frente a tus ojos.
Este 2 de junio de 1967 cambió todo.
Comenzó la rebelión masiva de los estudiantes, la misma de la Sorbonne, de Berkeley, de las universidades italianas, en la UNAM de México y hasta en Praga. Surgió una nueva izquierda, que se desmarcó de la Socialdemocracia y de los Comunistas: se definió como antiautoritaria. Surgió la llamada Generación ‘68’, que movilizó a todas las universidades: contra la intervención de Estados Unidos en Vietnam y la soviética en Checoslovaquia; contra las dictaduras de derecha e izquierda; por una radical reforma educativa.
Cambió también tu vida, que tomó un rumbo radicalmente diferente: te alejó de tu carrera académica y literaria, te llevó a abandonar la universidad y comenzar a trabajar en una fábrica para organizar a los trabajadores - y en última instancia te llevó a El Salvador a unirte a la guerrilla. Te convertiste en Paolo.
Hoy que estoy medio retirado, aunque sigo escribiendo mis columnas-cartas, pienso mucho en vos. En el muchacho que quería ser escritor, pero llegó a la conclusión de que primero había que vivir. Viví intensamente y ahora, ya viejo, comienzo a escribir libros. Publiqué uno, Doble Cara, sobre mis 40 años en El Salvador, como reportero, como guerrillero, como mediador entre pandillas y como columnista polémico. Terminé otro libro, Lulú, una novela sobre crimen organizado y política corrupta en Centroamérica -y sobre amistad. Ya pronto saldrá publicada. Y te cuento, Arnd, que ahora comencé a escribir sobre vos, el niño de la guerra, que creció en el caos de la posguerra y quien con 10 años tomó la decisión que será escritor.
Escribiendo sobre este tiempo, estoy tomando cierta distancia a lo que pasa ahora en mi nuevo país. Bukele es sólo uno de los reflejos de la historia de dictaduras. Como dijo Karl Marx: “La historia se repite dos veces: la primera vez como tragedia, la segunda vez como farsa”. En nuestra vida, el primer desastre fue la dictadura nazi, la repetición trágica el imperio soviético -y ahora apreciamos la farsa en figuras tragicómicas como Chayo Murillo, Javier Milei y Nayib Bukele, los dictadores farsantes.
Vamos a pasar juntos largos meses de trabajo, mi muchacho. Te debo todo.
Paolo Lüers