Estamos a pocos días de comenzar el segundo quinquenio gubernamental bajo el liderazgo y responsabilidad del presidente Nayib Bukele. Ya se expusieron hasta la saciedad los argumentos que alegan la inconstitucionalidad de la reelección del Sr. Bukele. También se han documentado abundantes abusos de poder, arbitrariedades y violaciones de derechos humanos en el transcurso de los primeros cinco años de su gobierno. Pero nada de eso caló en las grandes masas de votantes y no tiene caso esforzarse para para lograr únicamente que siga lloviendo sobre mojado.
Lo hecho, hecho está. De todo lo negativo, a mí me preocupan particularmente dos cosas: el endeudamiento astronómico del gobierno y la anulación total de la independencia de los órganos del Estado. Ambas cosas acarrean males muy graves e irreversibles para nuestro país y para todos sus ciudadanos y para sus hijos y los hijos de sus hijos.
Pero, como digo, no tiene caso seguir hablando de eso. Más tarde o más temprano vendrán las lamentaciones. Por acción o por omisión de la mayoría de salvadoreños, tendremos, al menos por cinco años más, un gobierno autoritario. Estaremos totalmente indefensos frente a los abusos de poder del Estado. Pero lo que nos queda, por ahora, es mirar hacia adelante y trabajar tanto cuanto nos lo permitan para lograr que las cosas no sean tan terribles como pueden llegar a ser.
Desde esa óptica pragmática y realista, cabe preguntarse con la mayor serenidad y el menor agravio posibles, ¿Habrá algo realmente novedoso y positivo o nos espera más de lo mismo? Porque hasta la fecha, todo lo que ha hecho y lo que ha prometido hacer el presidente Bukele es tan antiguo como la historia de la humanidad.
El ataque frontal y masivo al cáncer de las pandillas es un logro que todos apreciamos, pero en la manera de hacerlo no ha habido nada nuevo. Tampoco es nuevo el culto a la personalidad del gobernante, ni el despilfarro de dinero sin prioridades claras, sin estrategias racionales para poner a El Salvador en la ruta del desarrollo económico y social. No son nuevas ni la propaganda oficial, ni las mentiras, ni la represión, ni la injusticia, ni las promesas incumplidas, ni la adulación de los que siempre buscan arrimarse a los que tienen poder. Siempre han hecho eso los políticos en mayor o menor medida; los de izquierda, los de derecha, los populistas y, por supuesto, los fascistas.
Como sea que lo haya logrado, Nayib Bukle tiene ahora el control total de la política y de la realidad social. Eso le da una inédita oportunidad para convertirse en un tipo totalmente diferente de gobernante, uno que respeta las reglas básicas de la democracia, particularmente el debido proceso en la administración de justicia, la rendición de cuentas, la libertad de expresión, el control que están llamados a ejercer otros órganos del Estado, otras instituciones públicas, otros partidos políticos y las organizaciones que defienden de buena fe los derechos de los grupos minoritarios y las legítimas aspiraciones de los más pobres y marginados en la sociedad.
Nayib Bukele puede pasar a la historia como un buen presidente; hasta podría convertirse en el mejor presidente que hayamos tenido. Dicen que las segundas partes nunca son buenas, pero en todo hay excepciones.
Es poco probable que esto ocurra, pero no es imposible. Solo requiere un cambio de visión y de actitud; subordinar su proyecto personal de poder a un proyecto político inclusivo de transformación nacional. Esto requiere aprender a escuchar a cualquiera que pueda tener una crítica bien fundamentada o una idea interesante. El hipotético presidente al que estoy refiriéndome, tal vez con exceso de optimismo e ingenuidad, necesita tener una clara visión de país desarrollado; debe saber muy bien en qué puntos nos aprieta el zapato, cuáles, además de las pandillas, son los problemas ancestrales de El Salvador, esos problemas que, sin ahondar en ellos, prometió resolver. El presidente necesita un buen plan de gobierno y no simplemente una buena estrategia de propaganda y de aniquilamiento de sus opositores. Eso sí sería novedoso.
Sería muy novedoso ocuparse realmente de la educación. Poner todos sus esfuerzos y los recursos del Estado a trabajar por lograr una educación de calidad en todos los niveles del sistema y para todos los salvadoreños. Seguimos educando para un mundo que dejó de existir el siglo pasado, seguimos estafando a nuestros niños y jóvenes con una educación obsoleta que no les permitirá abrirse paso por sí mismos y, en cambio, los obligará a seguir dependiendo del Estado. sin más aspiración que la mera supervivencia.
Puede encarcelar de por vida a cien mil pandilleros, pero sin una buena educación para el resto de la sociedad, no llegamos ni a la siguiente esquina, seguiremos condenados a la pobreza y el subdesarrollo. Algo muy parecido podría afirmarse en otros temas y dimensiones, como es el caso de la salud y la vivienda y todo lo que conforma el capital social.
Pero ni en el tema educativo ni en otros temas críticos parece haber nuevas ideas, buenas ideas que hagan posible lo que parece imposible. Para muestra, un botón. Estudie, presidente, la historia de Corea del Sur y sabrá de qué estoy hablando. Pero para que su segundo quinquenio no sea más de lo mismo, para que no sea otra oportunidad perdida, necesita botar mucho lastre en su equipo de gobierno y rodearse de personas honestas y muy competentes en sus respectivos campos. Así de simple.