Después de haber tomado posesión para un quinto mandato presidencial, el 7 de mayo pasado, Vladimir Putin reservó su primer viaje en el exterior a la República Popular de China para encontrarse con el presidente Xi Jinping en Beijing.
Es la segunda vez que el líder ruso viaja a China, mientras intercambió con su homólogo china 43 veces hasta hoy. Por cierto, este encuentro, en un contexto de guerra en Ucrania y de tensiones internacionales que abren un espacio para una nueva bipolaridad ideológica, es muy importante para ambos jefes de Estado y sus países. Enmarcado en el concepto de “una amistad sin límites”, el diálogo bilateral parece estratégico para ambos. Rusia está buscando una consolidación de sus alianzas. La cooperación con China se ha vuelto esencial: suministro económico, comercio energético, compra de petróleo y gas, tantos sectores centrales para la economía rusa confrontada a las sanciones de la Unión Europea y de los Estados Unidos. Está obligada a concentrarse sobre producciones de guerra. Para China se trata no solamente de una relación de buena vecindad sino de una búsqueda de construcción de los fundamentos de una nueva lógica internacional. Los intereses a largo plazo no son idénticos. China busca consolidar su duopolio con los Estados Unidos. Pero no puede permitirse romper con los europeos.
En esta visión mundial, podríamos pensar que estamos en un momento histórica, en vísperas de una “nueva Yalta” : el “Sur global”, es decir la contestación del mecanismo mundial actual, nacido de la victoria de los aliados en 1945, o una adaptación y el seguimiento del orden internacional que conocemos. Son África e América latina quien posiblemente, inclinaran la balanza de un lado o hacia el otro. Por el momento, la transición política en la cual están comprometidos varios de los países de estos continentes, hacen prevalecer la apariencia de una ventaja política para el “Sur global”. Ofensiva en el exterior pero también, frentes internos en las sociedades libérales a través del fenómeno del “wokismo”. Concepto de una inversión de valores basada sobre una voluntad de romper con el determinismo social y societal de países de un occidente que sería según ellos, “culpable” de una injusticia mundial.
En este marco, Xi Jinping recibiendo a Vladimir Putin en una visita de Estado, manda mensajes a la comunidad internacional. Una semana después de haber efectuado una gira que lo llevó a Francia, donde se reunió con Emmanuel Macron y la presidenta de la Comisión de la Unión Europea (el ejecutivo de la UE), Úrsula Von der Leyen, antes de viajar en Serbia y Hungría con los cuales China tiene relaciones económicas fuertes, está demostrando su influencia.
Los europeos insistieron sobre la necesidad de “tomar distancia” con el Kremlin, en cuanto por ejemplo al suministro de tecnología que puede favorecer el sector de la defensa ruso. Pero a la vez, consolidaron la posición de Beijing que podría llevar a cabo un papel de mediación. Los europeos argumentaron que podría hacer presión para que Rusia entrara en tiempos de negociaciones sobre Ucrania. Posibilidad ilusoria por el momento pero veremos a lo largo de las próximas semanas y meses si la posición del Kremlin evoluciona hacia esta posición.
Los disturbios en Georgia, en Moldavia, el ambiente de tensión en las fronteras de los países bálticos y de manera general en el este de Europa, recuerdan una estrategia ofensiva, interpretada como una voluntad de reconstituir a todo precio, las fronteras de la ex-URSS.
China se ha vuelto para Rusia como un país vecino que puede reemplazar un Occidente que sigue reforzando las sanciones. El comercio total entre ambos países alcanzó los 240 mil millones en 2023, el doble de 2018. Sobrepasa el objetivo de los 200 mil millones en el principio definido para el ano corriente. China vende sus carros, aparatos electrónicos, máquina, herramienta, componentes electrónicos, a Rusia. Le compra petróleo, carbón, gas a precio bajo a tal punto que Moscú se ha vuelto como el primer proveedor de China, delante de Arabia Saudita. Vladimir Putin afirmó que su intención consistía en “establecer una cooperación más estrecha en sectores de la industria, alta tecnología, el espacio y energía nuclear pacífica, tanto como la inteligencia artificial y sectores de innovación”.
Ahora bien, XI Jinping sabe que su economía atravesando actualmente una fase “atónica” no puede permitirse romper con Europa. El objetivo: revitalizar el instrumento productivo, ampliar la demanda interna y consolidar sus rutas comerciales internacionales. China no quiere, por lo tanto, ser arrastrada a una guerra que no es la suya y se niega, a pesar de una buena relación con Moscú, a suministrar directamente material militar que la llevaría a ser parte beligerante. El costo económico tanto como su influencia sobre el escenario mundial serían demasiado elevados.
Ahora bien, las exportaciones chinas han sido más bajas con Rusia en marzo-abril pasados y después que Washington haya amenazado con sancionar las instituciones financieras que apoyen el esfuerzo de guerra ruso. Un decreto tomado por el presidente Joe Biden, en diciembre pasado, autoriza sanciones secundarias contra bancos extranjeros relacionados a la economía de defensa rusa. Se corre el riesgo de una exclusión del sistema financiero mundial, basado esencialmente sobre el dólar. Realidad que obliga, a pesar de todo, a China a ser prudente y teniendo que manejar entre imagen e intenciones diplomáticas y realidad pragmática con consecuencias sobre su mercado interno del cual nace un posicionamiento internacional.
Politólogo francés y especialistas en temas internacionales.