Jesús tenía una motivación bien definida. Desde el inicio de su servicio sabía lo que quería alcanzar. De acuerdo con el Evangelio de Lucas, poco antes de iniciar el anuncio de sus buenas nuevas, tomó el libro del profeta Isaías y buscó el lugar donde dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (Lucas 4:18-19). Jesús interpretó las palabras del profeta Isaías como una profecía que estaba teniendo su cumplimiento en el momento en que él la leía. Con eso confirmaba que las palabras del profeta expresaban lo que sería su plan de acción. Todo esto ocurrió en la sinagoga de Nazareth, razón por la cual a su declaración de principios se le llama la proclama de Nazareth.
Para entender con exactitud las palabras de Isaías, es necesario ubicarse en su contexto histórico. Era el tiempo después del exilio judío en Babilonia. Una época de incertidumbre, pobreza y sueños frustrados. Para comprender esas condiciones se puede recurrir al libro de Nehemías, que corresponde al mismo período.
En la primera declaración de la proclama se expresa que el profeta ha venido «para dar buenas nuevas a los pobres». Los judíos que volvieron de la cautividad lo hicieron a una tierra desolada y sin capacidad de sustentarlos. El libro de Nehemías recoge sus palabras de desesperación: «Hemos empeñado nuestras tierras, nuestras viñas y nuestras casas, para comprar grano, a causa del hambre» (Nehemías 5:3). Tenían carencia de lo básico, del alimento. La misma buena nueva fue retomada por Jesús para su tiempo. Él les aseguraba que serían redimidos de la pobreza. La proclama no debe espiritualizarse como referida a la pobreza espiritual, como suele hacerse. El impartir buenas nuevas a los pobres riñe con la interpretación muy difundida de que lo único que importa es salvar las almas.
Jesús también aseguró: «me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón». Los que regresaron del cautiverio babilónico se encontraban sumidos en la humillación y el desaliento. El anhelo de sobrevivencia los llevaba a ver por lo propio, olvidándose de los demás. No se apoyaban entre sí sino más bien se utilizaban. «Entonces hubo gran clamor del pueblo y de sus mujeres contra sus hermanos judíos» (Nehemías 5:1). La alienación impide que se alcance una vida plena. Pero Jesús tomó como misión el transformar las relaciones para volverlas solidarias, humanas y compasivas. La proclama no se enfoca solo en las tristezas comunes de la vida sino en la alienación sustantiva que impide reconocer al hermano que está al lado.
También vino «a pregonar libertad a los cautivos». La dureza de la realidad económica había comprometido seriamente la libertad de los más pobres. «He aquí que nosotros dimos nuestros hijos y nuestras hijas a servidumbre, y algunas de nuestras hijas lo están ya, y no tenemos posibilidad de rescatarlas, porque nuestras tierras y nuestras viñas son de otros» (Nehemías 5:5). Cuando las carencias llevan a las personas desesperadas a esclavizarse por salarios miserables o a servir sin descanso en una casa o a comercializar el cuerpo, no se puede alcanzar la vida plena. En esas condiciones se necesita la liberación cristiana, que es la que Jesús ofreció en su proclama. Él no hablaba solo de cautivos del pecado, sino de toda clase de cautividad, la que es real y concreta. Lo reafirmó al consagrar su vida «a poner en libertad a los oprimidos». No solo a los oprimidos por el licor o el tabaquismo, que es a lo que generalmente se limita, sino a toda clase de opresión económica y política.
La proclama programática de Jesús exige a los cristianos desarrollar su sensibilidad. No deben enfocarse solo en el trabajo fácil de hacer proselitismo religioso, hay otra realidad de la cual no siempre quieren ser conscientes, de la que no saben o de la que no quieren saber.
Pero es solo cuando los cristianos se comprometen con la proclama de Nazareth, que llega para los desesperanzados el año agradable del Señor.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim