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Dr. José Gustavo Guerrero: Un legado trascendente

“La buena conciencia es la mejor almohada para dormir” Sócrates

Por Francisco Galindo Vélez

Siempre será importante el estudio de personajes como el Dr. Guerrero por lo menos por las siguientes:

  • Marcan su época a nivel mundial, no solo nacional o regional.
  •  Brindan lecciones sobre la manera en que confrontaron los grandes retos que la Historia puso en sus caminos.
  • Reafirman la importancia de una sólida preparación y del estudio permanente para superar la métrica sesgada que se impone a los países pequeños en general, y a sus diplomáticos en particular.
  • Enseñan cómo los países pequeños del sur empezaron su relacionamiento con la diplomacia multilateral.
  • Instruyen sobre cómo los pequeños países del sur contribuyeron a la institucionalización de las relaciones internacionales.
  • Ponen en evidencia el giro fundamental que los juristas del sur dieron al derecho internacional, usando los principios y normas ya establecidos, para convertirlo en la única arma de su defensa, imprimirle un carácter verdaderamente internacional, y sembrar la semilla de una disciplina de estudio del derecho internacional: la contribución del tercer mundo al derecho internacional, que, por ejemplo, el Dr. Reynaldo Galindo Pohl enseño en una universidad estadounidense en los años 1980.
  • Muestran la firmeza de sus principios y el valor de defender sus convicciones, totalmente impermeables a las críticas o al deseo de ser populares, conscientes de que la defensa de principios y valores no es un concurso de popularidad.
  • Ilustran cómo, con el pasado como punto de anclaje, contribuyen a dar forma a su presente y moldear el futuro para las siguientes generaciones.
  • Ubican a sus países en el mapa, logrando que se les respete, lleguen a tener un importante grado de poder blando y se les tome en cuenta.
  • Confirman la vigencia de su pensamiento a través del tiempo.
  • Afirman su grandeza porque nunca dejaron de ser ellos mismos; nunca cambiaron por las cortesías, los elogios y las glorias irremediable y perpetuamente pasajeras.
  • Ejemplifican lo que alguna vez escuché decir al canciller Mauricio Borgonovo Pohl: “A la larga, paga ser honesto”.

Hombre del derecho, de la justicia, de la diplomacia, de la paz, de firmes principios e incorruptible, que en su quehacer de una vida buscó incansablemente que a su país, y a todos los países pequeños y medianos del planeta, se les reconocieran los principios de soberanía y de igualdad de manera cabal y cotidiana y no de manera sesgada y, desde luego, no solo en discursos rapsódicos que no se reflejaban en la realidad, convencido que para los países pequeños y medianos el derecho internacional y la diplomacia eran sus únicas líneas de defensa.

Tenía una concepción realista de la paz y sabía que la diplomacia y el derecho internacionales eran fundamentales para mantener o lograr esa siempre tan anhelada y escurridiza paz. Entendía que nada se logra solo hablando entre amigos porque que la paz exige, precisamente, dialogar con adversarios y enemigos. Así, por ejemplo, en su libro El orden internacional, cuando desarrolla la idea de una Unión o Federación Mundial de la Paz dice: “El orden que sería preciso crear exige la participación de todos los miembros de la comunidad internacional, sean cuales fueren su importancia y su tendencia política”.

Tiempo después, Nelson Mandela lo resumió de la siguiente manera: “si quieres hacer las paces con tu enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo. Entonces se convierte en tu socio”. Y la clave para la paz, de una superlativa lógica y de una arrasadora sencillez, está muy bien resumida en las palabras del presidente Benito Juárez: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Entendió lo que significa ser el enviado diplomático de un pequeño país, subdesarrollado, de escasos recursos y con un servicio diplomático pequeño y carente de profesionalismo, ante las grandes cortes y lo hizo de manera excelsa porque había adquirido una cultura universal, consciente de las palabras del filósofo español Jorge Santayana: “Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.

Nunca se dejó deslumbrar por los grandes salones de espejos y los finos tratos propios del protocolo, que llevan a algunos diplomáticos a olvidar quienes son, a tomarse en serio y a adoptar posturas soberbias que en el fondo solo pretenden esconder las evidentes debilidades. Pierden el sentido de la ubicación y llegan a creerse una suerte de deus ex machina de las tragedias griegas antiguas por sufrir del síndrome del primer día.

Siempre tuvo claro que el éxito de la gestión diplomática solo viene gracias al empeño, el estudio, el trabajo y la seriedad y no por discursos bonitos huérfanos de contenido y de profundidad. Fue un gran tribuno, sin duda, pero también de suprema importancia, sabía escuchar, y podía cambiar de opinión si le presentaban argumentos sólidos sobre algún tema. En resumen: un humanista de cultura universal, cómodo en todo lugar y en toda circunstancia, siempre respetuoso de la dignidad de los demás.

Por consiguiente, siempre tuvo muy claro que una de las tantas tareas de un diplomático de un pequeño país es superar la imagen, consciente o inconsciente, que otros tienen de dicha diplomacia. La igualdad entre Estados es un principio fundamental, aunque en la práctica se trata de igualdad jurídica porque en temas económicos y militares, por ejemplo, la realidad es otra, pero en todo caso la métrica que se usa para medir a los diplomáticos de países pequeños es diferente. Hay estereotipos que se han desarrollado, algunos lamentablemente con fundamento.

Se convirtió en enólogo y gastrónomo, y no podía ser de otra manera, pues esto conjugaba a la perfección con su refinamiento, pero también porque sabía que en Francia, España, Italia y Suiza eran puntos de encuentro con la cultura y con políticos y diplomáticos de aquellos países. Y tenía razón porque es fundamental conocer la cultura del país en que se está destacado como diplomático.

No soy testigo de esos conocimientos del Dr. Guerrero, pero si lo soy de los de su hijo Gustavo Guerrero, también diplomático salvadoreño, y recuerdo conversaciones que tuvo en restaurantes en París, Ginebra y Niza, con sumilleres y chefs sobre los vinos que sugerían para acompañar los platos ordenados, y de cómo terminaban dándole la razón sobre el vino que él recomendaba; todo en un perfecto francés, sin el más mínimo rasgo de acento extranjero.

Durante el verano boreal de 1973, hicimos un viaje por tierra de Ginebra a La Haya. En realidad fueron dos viajes: el físico y el de la memoria. En un restaurante en la playa de Scheveningen, lo escuché hablar con el chef, ambos en perfecto inglés, sobre la comida holandesa, la mejor manera de preparar platos, algunos con nombres impronunciables como pannenkoeeken; kroket; bitterballen; rookworst; erwtsensoeprla, aconsejar al chef los vinos alemanes, franceses, españoles, italianos y suizos que mejor acompañarían esos platos, y vi al chef tomando notas en una libreta.

Ese año, el Dr. Reynaldo Galindo Pohl enseñaba en la Academia de Derecho Internacional de La Haya, fundada en 1923 con sede en el Palacio de la Paz. Los tres recorrimos el Palacio, con Gustavo como guía, y muchos de los funcionarios, especialmente los ujieres inamovibles, lo recodaban perfectamente.

En ese edificio de estilo neorrenacentista, el Dr. Guerrero pasó más de dos décadas de su vida. Es un diseño del arquitecto francés Louis Marie Cordonnier con modificaciones del arquitecto holandés Ad van der Steur y jardines del arquitecto paisajista británico Thomas Hayton Mawson. Se construyó entre 1907 y 1913 para albergar la Corte Internacional de Arbitraje, creada en 1889 por la Primera Conferencia de la Paz, gracias al mecenazgo de Andrew Carnegie. Como la ley holandesa prohibía hacer una donación a la reina Wihlemina, lo que quería hacer Andrew Carnegie, entonces creó una fundación, que lleva su nombre, para la administración y mantenimiento del ahora famoso Palacio de la Paz.

El recorrido culminó bajo el óleo del Dr. José Gustavo Guerrero.

Exembajador de El Salvador en Francia y Colombia, exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México. También fue jurado del premio literario Le Prix des Ambassadeurs en París, Francia.

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