En su primer juego de amor la joven Rhada y su novio Moro -después de quedar dormidos- despertaron tendidos en la hierba. Cual despertando a un sueño. O si un sueño les hiciera despertar. Comenzaron a abrazarse con torpes apretones. Ella no sabía besar aún, pero un ángel le dijo al oído cómo hacerlo. Su corazón latía fuerte, hasta hacerla desfallecer. Terminaron el uno junto al otro, raramente entristecidos. Como si el mismo deseo les hubiera dado muerte. ¡Tristes criaturas del éxtasis de una fábula! -diríamos. Jóvenes visiones del divino ilusionista que -después de haber bebido el néctar de ambrosía- quedaran sin sed. Tal si la pasión de la inocencia les hubiera hecho aparecer en otro tiempo, al haber perdido un instante -después de tenerlo quizá- el Paraíso. Tristemente el juego había terminado bajo la dorada claridad del atardecer. Después de aspirar la niebla; de llorar y reír; de nombrarse y callar; de amarse y olvidar, ambos desaparecieron del jardín como ilusorias apariciones. Habían pasado los años desde aquel juego lejano. Allá en el viejo sendero cuando dejaron atrás aquel amor de un día. O que acaso fue el amor quien les dejó. (IX) de: “El Juego de la Vida y la Vida en un Juego”©C.Balaguer
Cuando dejamos el amor o el amor nos deja
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