“¿Verdad que murió y le cerraste los ojos?”. Baltazar Cañas dijo esas palabras cuando tenía tres años. Su padre, del mismo nombre, explica que “eso me ha marcado de por vida, no esperaba esa reacción de él, esa madurez y una serenidad de un evento tan delicado, pero él lo tomó normal” a esa corta edad, recuerda Baltazar padre, miembro de Comandos de Salvamento, filial Jucuapa, Usulután. Ahora, su hijo tiene 10 años.
En esa ocasión, padre e hijo se dirigían hacia un hospital en San Miguel trasladando a un paciente infartado y, tres kilómetros antes de llegar a su destino, el paciente se complicó y falleció. El niño Baltazar observó todo el procedimiento que le realizaban.
Su padre Baltazar ya era comando antes de nacer su hijo, y su madre, Xenia Castillos, era voluntaria. Ser rescatista es una tradición familiar. Baltazar dirige la filial de Jucuapa desde 1994, su padre también participaba en labores de emergencia y contaba los dramáticos acontecimientos del terremoto del 6 de mayo de 1951, que destruyeron Jucuapa y sus alrededores. No dudó en colaborar en rescatar víctimas.
La hija mayor de la familia, sicóloga, también se unió al voluntariado; y el último en entrar ha sido Baltazar hijo.
El pequeño cuenta que lo primero que le llamó la atención de los Comandos de Salvamento fue el color amarillo del uniforme, el logo y la radio que utilizaban. Poco a poco se fue involucrando, algo que enorgullece a sus padres.
“Papá, hay una emergencia, hay que salir rápido a atenderla”, de esa manera reacciona Baltazar Cañas, cada vez que tiene la oportunidad de contestar una llamada de emergencia a la base de comandos. Cuando se tienen que dirigir a un llamado, el niño ya tiene que haber organizado todo el equipo en la ambulancia y es así que sube al vehículo acompañando a su padre, el cual conduce.
El joven voluntario es el encargado de sonar la sirena, activa el altavoz para decirle a los conductores que circulan en la calle, “¡despejen el área, despejen el área, es una emergencia!”, indica.
Llegando a la zona del suceso, Baltazar Cañas pregunta a sus compañeros qué es lo que necesitan para atender al paciente, que puede ser el botiquín, férulas, tensiómetro, oxímetro, entre otros instrumentos, pues él conoce la ubicación de cada elemento dentro de la ambulancia.
Cada vez que el niño atiende una emergencia, se coloca su casco, lentes, sin olvidar meter en las bolsas de su uniforme los guantes estériles, mascarilla y el oxímetro. Le gusta sentir la adrenalina que fluye durante una emergencia y sobre todo la idea de salir a ayudar a la gente. En un mes, hace de 15 a 20 salidas. Cuando sea mayor, quiere ser médico forense y sus padres le muestran su apoyo.
No va a todas las emergencias, sus padres deciden a cuáles puede asistir. En la institución se cuida la salud mental y la integridad del niño, no exponerlo a escenas fuertes y antes de sacarlo a trabajos de campo, Baltazar y el resto de niños son preparados psicológicamente para que tengan los nervios necesarios frente a una situación real.
Estas reglas son parte del programa que desarrolla Comandos desde 2017, denominado “Jugando Aprendemos a Salvar Vidas”. Actualmente hay ocho niños participando en todo el país y un requisito para entrar es que tienen que siempre hacer sus tareas escolares. Los padres no tienen que ser miembros de la institución y puede participar cualquier niño o niña que tenga interés.
Gino, siempre listo
Otro niño que está comprometido con el programa es Gino Pérez, de 12 años, quien pertenece a Comandos de Salvamento Base Central en San Salvador. Su inspiración para ser rescatista la encontró por su madre, Isela Pérez, estudiante de enfermería y voluntaria de Comandos, quien trabaja en el área médica del consultorio de la base central, y de su padrastro Carlos Fuentes, vocero de prensa de la organización.
Gino se incorporó hace año y medio a Comandos, y “he aprendido a poner férulas, armar un botiquín, hacer vendajes, poner el oxímetro, lo que más me gusta es ayudar a las personas, ver lo que necesita el prójimo”, dice, aunque asegura que le costó aprender en sus inicios, pero el compañerismo en la institución le fue dando seguridad y motivación.
Tener el carnet y el uniforme de Comandos fue uno de los momentos más significativos para el nuevo integrante. Gino siempre está preparado para las emergencias: una de las misiones que tiene el aprendiz es darles a sus colegas lo que pudieran necesitar para atender a los pacientes, como el botiquín, las férulas, las vendas, agua oxigenada entre otras; y claro, el chico lleva consigo vendas, guantes, mascarillas y el casco, que debe tener su lámpara incorporada en buen estado.
Una de las experiencias que recuerda su madre, fue una emergencia donde solo se encontraban ellos dos y el motorista de la ambulancia para atender un incidente, y sin pensarlo decidieron asistir.
Al llegar al lugar, encontraron a una señora que se había caído y había golpeado en la acera y su condición era crítica, pero estaba consciente. Gino no tenía casi nada de conocimientos de paramédico, pero casi instintivamente y sin que nadie se lo ordenara, fue a buscar dentro de la ambulancia el material para socorrer a la mujer y ayudó a su madre.
“Yo llegué, me puse los guantes, revisé a la señora, cuando vi él ya tenía las compresas, gasas, en ese mismo momento vendamos a la señora, la subimos a la ambulancia y la llevamos al centro hospitalario”, recordó la mamá.
En la ambulancia, la señora lesionada se encontraba en shock y Gino la empezó a calmar con palabras de aliento y la paciente se conmovió tanto que se calmó.
“Gracias hijo por haberme ayudado y traído al hospital” le dijo la mujer. Su madre se sintió orgullosa de él y en ese momento supo que su hijo ya tiene alma de rescatista.