En un país de tradición presidencialista como el nuestro se tiende a pensar que todos los presidentes gozan de un gran poder. Y hay casos que parecieran confirmarlo. Sin embargo, son más bien excepcionales. En el siglo XIX, los límites al poder presidencial los ponía la escasez de recursos del Estado; en el XX la misma modernización del Estado dio lugar a que otros actores incidieran en las decisiones gubernamentales, dando como resultado ciertas restricciones al uso del poder.
Pero la historia muestra el caso de individuos que ciertamente tuvieron un poder cuasi omnímodo, han sido especie de autócratas que anularon a la oposición política, coparon el poder legislativo y judicial, amén de que tuvieron un fuerte apoyo del ejército. Tales serían los casos de Gerardo Barrios en el siglo XIX y Maximiliano Hernández Martínez en el XX. Estudiar los procesos que llevaron a estos individuos a las cimas del poder puede ser una interesante agenda de investigación, pero no es ese el objetivo de esta reflexión. Simplemente asumo, que cada uno trabajó para hacerse del poder y no descansó hasta lograrlo. Sin embargo, surge la pregunta: ¿acceder al poder era un fin que se explicaba solo, o veían el poder como un medio para lograr algo más? Esta pregunta se puede aplicar a cualquier gobernante. Para responderla es útil hacer a un lado sus discursos, que siempre justificarán el modo en que llegan a la presidencia y llegado el momento, sus pretensiones de perpetuarse en poder. Más revelador resulta ver para qué usaron el poder, una vez lo aseguraron.
Por razones de espacio me concentraré en el caso de Barrios. Sus apologistas destacan que su gobierno hizo mucho por el desarrollo del país. Sin ninguna base histórica le atribuyen haber impulsado la caficultura, algunos se atreven a decir que introdujo el café. Se dice que mejoró la educación, al crear cuatro escuelas normales de efímera existencia, que reformó la Universidad y modernizó el ejército. Los méritos se ven muy disminuidos al estudiar esos proyectos a profundidad. Ciertamente que Barrios fue muy visionario e impulsó muchos proyectos, eso no significa que todos fueran exitosos, especialmente porque algunos, como la caficultura y la educación demandan muchos años para dar frutos.
De lo que no hay duda es que Barrios quería el poder; es más lo decía sin ambages. Cuando tomó posesión de la presidencia para el periodo 1860-65, dijo ante la Asamblea: “soy el primer salvadoreño que haciendo a un lado, permítaseme la expresión, esa coquetería política muy usual en los aspirantes a la Presidencia, he dicho al Pueblo franca y lealmente ‘deseo el Poder Supremo’” (Gaceta del Salvador, 04/02/1860). Y realmente lo tuvo. Ganó las elecciones prácticamente sin oposición, tuvo una Asamblea totalmente sumisa y en su momento tomó acciones contra los magistrados de la Corte de justicia que lo incomodaban. Ocho días después de asumir la presidencia, la Asamblea General dio un decreto concediendo facultades extraordinarias al Supremo Poder Ejecutivo, que en realidad era Barrios. Se adujo que “el actual presidente de la república, merece la más amplia confianza del pueblo y de sus Representantes en las Cámaras legislativas, porque de una manera inequívoca ha demostrado su enérgica y eficaz actividad, y el acierto con que ha promovido la felicidad de El Salvador.” (Gaceta del Salvador, 15/02/1860) El decreto facultaba al presidente en 23 cuestiones; dichas facultades durarían hasta la reunión de la próxima legislatura. No es extraño que pidiera se le renovara en las siguientes legislaturas, cosa que sucedió el 25 de febrero de 1862.
numerar esas facultades extraordinarias es realmente tedioso, pero resulta muy útil y necesario para entender cuál era el estilo de gobierno del caudillo. En síntesis, en esa ocasión se le autorizaba en 25 cuestiones: Convocar extraordinariamente al poder legislativo, dictar todas las disposiciones que fueran necesarias para mantener la independencia nacional y conservar o restablecer el orden interior, celebrar alianzas ofensivas y defensivas y tratados de comercio, ajustar y ratificar concordatos, hacer reformas en el sistema administrativo departamental y municipal, reformar las ordenanzas del ejército, reformar y compilar las leyes de hacienda, suprimir empleos de cualquier clase que juzgara innecesarios, aumentar o disminuir los sueldos de los empleados, reformar la instrucción pública, dictar reglamentos destinados a proteger e impulsar la industria, reglamentar la venta de ganados, formular una ley de medidas agrarias, revisar el código de procedimientos, dictar el reglamento interior de la Suprema Corte de Justicia, perseguir y castigar a los ladrones, incluso sacándolos de la república, ordenar la construcción de cárceles y establecimientos de corrección de ambos sexos, indultar o conmutar la pena de muerte sin atender a ninguna restricción establecida por la ley, contratar la construcción de muelles, fundar nuevos hospitales, ocupar en comisiones y destinos a los individuos de los Supremos poderes, excepto los magistrados de la Suprema Corte, remover sin previa formación de causa a los empleados de su nombramiento, dictar el ceremonial que deban observar los Altos Poderes, uniformar pesos y medidas; y disponer de los fondos de la Hacienda Pública, la Universidad, los propios y arbitrios municipales, y cualesquiera otra corporación o establecimiento, destinado a un objeto público (Gaceta Oficial, 01/03/1862). En síntesis, Barrios gobernó sin ningún control, y podría decirse que su poder estuvo por encima de la constitución. Hasta aquí, su carrera política sería el sueño de cualquier político con tendencias autoritarias.
Si se toma como referencia las publicaciones oficiales, pareciera que estos años fueron muy favorables para el país. La Gaceta rebosaba de informes positivos, ya fuera en la agricultura, el comercio, la educación, la fortaleza del ejército y más. Sin embargo, los problemas no tardaron en aparecer. Crecía la oposición al uso abusivo que se hacía del poder. Pronto hubo conflictos con Guatemala, que veía con recelos el creciente poder de Barrios, sobre todo cuando comenzó a maniobrar por la reunificación centroamericana, a partir de 1862, cuando intervino en Nicaragua y Honduras con miras a formar una alianza que obviamente amenazaba a Guatemala. Las tensiones regionales subieron, mientras que la oposición interna a Barrios aumentaba.
En tales circunstancias, lo lógico hubiera sido tomar medidas tendientes a disminuir los conflictos, ya fuera a nivel interno o regional. Barrios hizo todo lo contrario, aumentó la represión a los opositores, muchos de ellos se refugiaron en Guatemala, al tiempo que aceleraba sus proyectos unionistas. En 1863, El Salvador estaba inmerso en un doble conflicto. A nivel interno enfrentaba una creciente oposición política liderada por Francisco Dueñas, pero apoyada por los pueblos del interior y comunidades indígenas. A nivel externo, enfrentó a Guatemala y más tarde a Nicaragua. San Salvador fue sitiada durante meses, hasta que Barrios se vio obligado a huir en octubre de 1863 y salir al exilio.
Gobernar El Salvador era poco para las ambiciones de Barrios; aspiraba a más: gobernar y reunificar Centroamérica. Se consideraba el heredero del ideal morazánico. Cuando marchó a Nicaragua para asumir el mando de las fuerzas que peleaban contra Walker dijo: “Yo he pertenecido al partido de la libertad y la nacionalidad centroamericana… y para mí sería muy dulce la muerte en defensa de ellas”. En otra ocasión afirmó: “Por la Unión de Centro América, romperé en mil pedazos el bastón de mando de El Salvador, y la seguiré con el sacrificio de mi vida y mis intereses”. Lo acontecido en 1863, sugiere que Barrios apostó todo su capital político a ese esfuerzo, y lo perdió todo. Hubo mucho de imprudencia, de egolatría, pero quizá también entrega a un ideal que todavía ilusionaba a algunos. En todo caso, cuando vemos a un presidente con tendencias autócratas, debiéramos preguntarnos ¿Para qué usará tanto poder?
Historiador, Universidad de El Salvador