Escuchando de nuevo los trinos de su renacido canario en el corredor del jardín, Rhada –la chica ilusa y precoz—se sintió feliz. Convencida que -su fiel amigo Moro- había realizado la magia de volverlo a la vida, tal le había prometido. Pero para ello el astuto chiquillo había urdido una ilusoria coartada: Rompiendo la alcancía de barro donde guardaba sus ahorros había reunido el dinero para comprar un canario similar, sustituyéndolo por el ave muerta. De esa manera había logrado un espacio más en el sentimental corazón de Rhada. “Engaños de amor” –dijo el mocito para sí mismo. El amor que –al igual que las magias de su abuelo—era al fin y al cabo otra magia e ilusión. Un juego más que imaginamos en la infancia; descubrimos en la adolescencia; encontramos su cáliz sagrado a lo largo de la vida, para al final verle terminar como un juego más de la ironía divina. La misma magia estelar que nos hace creer realidad la ilusión y volver ilusión la misma realidad. “Juegos del gran Ilusionista” –decía el abuelo del enamoradizo chico— al hablarle de sus pasados amoríos. Mismos que se habían borrado en las páginas del viento de la ventisca de los años. (II) de: “El Juego de la Vida y la Vida en un Juego”©C.Balaguer
Juegos del gran ilusionista
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