Rhada y Moro cruzaban la edad de la inocencia -alumbrada de magia y asombros- entre burlas y risas en el juego de vivir o de vivir un juego. Porque entonces vivir no les interesaba como tal y querían hacerlo tan fácil y divertido como una travesura. Rhada, sin embargo, le dijo desilusionada -dentro su ingenua percepción del tiempo- que toda jugarreta –por excitante que fuera— terminaría al final. Mencionó los cambios de todo en la existencia del mundo real e imaginario: el follaje de los árboles, las flores del jardín, la edad de las personas y de las estaciones del año. Sus mismos juguetes terminaban rotos al paso de los días. Tiempo después entristeció de pena, pues su canario cantor estaba muriendo. "No sé si por viejo o que le habrá llegado el inevitable fin del cantar de la vida –dijo. Al pobrecito le quedan desde ya horas menos” ¡Tan sola quedaría la jaula del cautivo alpistero sin sus trinos viajeros! Moro –que había aprendido algunas magias de su abuelo—le prometió volverlo a la vida. Al día siguiente de morir el ave, Rhada lo encontró –asombrada— cantando y agitando sus alas como antes. “¡Gracias, querido Moro!” –exclamó asombrada al ver el ave canora renacida. (I) de: “El Juego de la Vida y la Vida en un Juego”©C.Balaguer.
El juego de la vida y la vida en un juego
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