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Otro gravísimo error en la educación pública

La ordenanza de estos funcionarios es una nefasta combinación de poder e ignorancia. De conformidad con la misma, los docentes están obligados a etiquetar como rebeldes o antisociales a los estudiantes que puedan ser así perfilados con base a criterios subjetivos y absurdos, formulados escuetamente en una ficha que se les ha hecho llegar a los docentes.

Por Joaquín Samayoa

En una de mis últimas columnas señalé el desacierto del presidente Bukele al ordenar que fueran totalmente excluidos del curriculum los contenidos relativos a lo que él y muchas otras personas entienden como “ideología de género”.

En esa ocasión reconocí que ese concepto incluye temas delicados y controversiales, pero manifesté mi desacuerdo con la pretensión de hacer desaparecer de la educación pública la información y la discusión de esos temas y prohibir también la discusión de otros temas que son muy importantes para combatir fenómenos indeseables como el abuso infantil, la violencia intrafamiliar, la prevención del VIH-SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual, el irrespeto a los derechos de la mujer, y toda una amplia gama de comportamientos indeseables para una convivencia social respetuosa.

Argumenté, además, que no se puede tapar el sol con un dedo, pues los jóvenes tienen ahora acceso por internet a toda esa información que el presidente convirtió en tabú. Si algún riesgo o peligro hay en hablar de estas cosas en el aula, ese riesgo sólo se incrementa al forzar a los jóvenes a informarse acudiendo a fuentes de muy dudosa calidad científica, académica y moral, sin la orientación de los educadores, sin el beneficio de conocimientos que les ayudarían a formar mejor su conciencia y a desarrollar actitudes más acordes con los fines que una sociedad debe proponerse para alcanzar su desarrollo integral.

La decisión del presidente tenía ya un precedente cuando en 2022 fueron destituidos el director de Canal 10 y el director del Instituto de Formación Docente (INFOD) por su aprobación de un corto videográfico en el que simplemente se reconocía como hecho de la vida real la existencia de individuos homosexuales y bisexuales, como si con semejante acto de censura se pudieran hacer desaparecer de un plumazo orientaciones sexuales que han existido y seguirán existiendo siempre. En esa dimensión, como en tantas otras, la diversidad es una característica de la existencia humana, y lo que deben hacer la ciencia y la educación es estudiarla y comprenderla, no negarla o intentar abolirla solo por no conformarse a los estándares religiosos y morales de algunos grupos en la sociedad.

Ahora, sin embargo, quiero referirme a otro error, tal vez todavía más grave, en perjuicio de la juventud salvadoreña. Este error, que yo sepa, no ha sido avalado por el presidente de la república, aunque tampoco ha manifestado su desacuerdo. El error es, de momento, atribuible solo al Ministro de Educación y al Director Departamental de Usulután, quienes han girado instrucciones equivalentes a abrir las puertas de las escuelas al estado policial y a todos los abusos y arbitrariedades que eso conlleva.

La ordenanza de estos funcionarios es una nefasta combinación de poder e ignorancia. De conformidad con la misma, los docentes están obligados a etiquetar como rebeldes o antisociales a los estudiantes que puedan ser así perfilados con base a criterios subjetivos y absurdos, formulados escuetamente en una ficha que se les ha hecho llegar a los docentes.

La lista de criterios obliga a identificar cosas tan vagas como “conducta de rebeldía”. Los docentes deben emitir un juicio sobre si un estudiante “tiene tendencia afín a grupos antisociales”, “si tiene algún familiar catalogado como antisocial”, si su apariencia es “típica de una persona antisocial”, si es desobediente, si “se le observa cansado y con sueño” Este último criterio es una de las mayores imbecilidades que he visto en mi ya larga vida, ya que la mayoría de nuestros jóvenes vive en condiciones de extrema pobreza, están desnutridos, muchos deben ayudar a sus padres en el cuidado de sus hermanos o en las actividades que la familia debe hacer para ganarse el pan de cada día. ¿Cómo no van a estar cansados y con sueño la mayor parte del tiempo?

¿Cómo podemos estar seguros de que esas desobediencias y rebeldías no son la respuesta lógica a una educación que no motiva, que no deja algo útil, que además es poco interesante y aburrida porque los docentes no hacen bien su trabajo? ¿Cómo sabemos si esa rebeldía no es la respuesta a malos tratos de docentes que no entienden nada de la psicología de los adolescentes?

La orden ministerial es un peligroso primer paso a toda suerte de abusos. ¿Por qué no, en vez de ficharlos, tratamos de comprender el mundo en que viven, las penurias que padecen, las inseguridades que tienen en una sociedad que realmente no les ofrece un futuro?

Al hablar de estos temas podría yo caer en la tentación de presumir de haberme graduado de dos de las mejores facultades de educación que hay en el mundo, pero prefiero remitirme a mis años en las trincheras, tratando de ayudarles a salir adelante a esos jóvenes que eran despreciados o mal juzgados por otros colegas, a esos rebeldes y desobedientes, la mayoría de los cuales llegaron a tener éxito en la vida.

Tampoco puedo evitar señalar el hecho que ni uno solo de los jóvenes que un buen día de tantos llegaron armados hasta los dientes y masacraron a sus compañeros y a sus maestros en escuelas secundarias de los Estados Unidos; ni uno solo de ellos fue detectado como antisocial o rebelde o habría sido etiquetado como tal usando esa ficha del Ministro de Educación de El Salvador. Al contrario, eran jóvenes callados, tranquilos, aislados, tal vez hasta obedientes, pero hartos de tanta humillación y acoso.

Ojalá el presidente Bukele tenga la sensatez de desautorizar estos fichajes de jóvenes estudiantes y se obligue a pensar en una política que verdaderamente evite que esos jóvenes echen a perder sus vidas. Son nuestros hijos y nietos, son nuestros hermanos salvadoreños, son el futuro de El Salvador. Merecen algo mucho mejor.

Psicólogo especialista en educación

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