Las historias de trenes y tranvías ausentes se han borrado en los libros de la vieja estación. Por igual, cartas de amor, talonarios y versos escritos al pasado y al devenir de un olvido. Ya no pasan los vagones con viajeros que se van o que se borran detrás de su propio destino. El mismo Maquinista Destino ya desapareció en la antigua leyenda. No obstante, se sabe de aquel ser solitario que se pasa la vida -o lo que de ella queda- eternamente esperando en la sola estación. Nadie sabe quizá a qué ni a quién aguarda. Volviendo desde lejos del pueblo y de los años, un anciano poeta pasa por el lugar y pregunta al de la eterna y triste espera: Mirándole a los ojos -con esperanza y nostalgia- aquel responde: “Están lejos aquellos que ayer amé y perdí, pero que aún les busco y les espero. Tengo fe todavía que volverán un día -dice desde la invisible dimensión de la nostalgia. Muchos dirán que es locura, pero espero su llegada o si no irles a buscar. Aunque sólo encuentre sus huellas sobre el polvo y en la ventisca en fuga, el eco de sus voces lejanas que aún me nombran. Y preguntaré al silencio y a los que encuentre a mi paso. Alguien sabrá de ellos y dónde está su paradero. Porque siempre habrá un lugar a dónde siempre llegar o desde donde nunca volver.” Luego el poeta viajero siguió de largo. Entonces tiró al aire un suelto papel en blanco. Es porque había escuchado el último verso a la vida. (y XLI) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
Alguien pasa los días esperando en la estación
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