En las celestes cumbres hay un viento cantor, batiendo en las alturas sus alas infinitas. Que viene y nos arrastra cual leves mariposas. Nunca vimos su rostro, pero en la piel sentimos su perfumado aliento de hielo y lejanía. Finalmente nos deja varados entre las vueltas del camino infinito. En medio del silencio escuchamos pasar algún vagón en llamas que consumen los fuegos de algún siglo de amor. Igual pasa en nosotros, amantes de la ardiente y trashumante memoria. Luego vemos de lejos las ya difusas siluetas de los amantes que fuimos ayer, alguna vez… Queriendo abordar el raudo tren de los aires en fuga. Ambos suben al vagón, mientras el fuego consume su abrazo y sus promesas. Ya nunca ha de saberse de ellos. Las páginas de amor de su dulce aventura se esfuman en aquel incendio de pasiones. “Adiós” -dice el amante al oído de su amada- abrazándose en suspiros de besos y cenizas. “¿Por qué decir adiós?”-pregunta ella. “La vida es un pasar y somos parte suya –aquel responde. Cual seres del adiós, siempre habremos de partir. Estemos donde estemos y vayamos donde sea.” “Entonces vamos juntos mi imposible amado mío!” –dice aquella. Luego desaparecen en la eternidad de su abrazo. El raudo tren en llamas de aquel siglo de amor, se pierde en la espesura del tiempo y la leyenda. (IXL) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
Raudo vagón en llamas de algún siglo de amor
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