Hay un viento del norte que nos lleva cual hojas maduras del árbol de la vida. Que llega y nos arrastra como desnudas olas del mar de las mareas. Errante vendaval de alas emigrantes, volando al infinito nos eleva. Quizá le llamarán distante, azar, destino, acaso y nunca más. Las manos invisibles del tiempo impulsarán su ruta de equinoccio. ¡Y pobre de aquellos que escapen de sus manos de asombro y de neblina! ¡Que vuelvan, al partir, la luz de su mirada hacia el ayer de un sueño! ¡Errantes y desnudos animales marinos que olviden desde dónde y a dónde irán en fuga! Tan sólo dejarán su sombra como estela allá en el vasto mar sin norte ni astrolabio. Y así un día entre tantos se irán y acaso nunca más regresen como ocurre en los cuentos de algún camino real. Espectros detenidos quedarán dormitando allá en los bancos grises de la sola estación de extraño devenir. El eco, mientras tanto, repetirá el lejano silbato del tranvía. Se irán -y acaso vuelvan- aquellas muchas vidas, hundiéndose en la espesa tiniebla de los años. Al fin que todo pasa y poco o nada queda de aquel prosema escrito en el “vagón.” “Vagón” nombre que viene de “vagar” por la existencia. Será el viento extranjero y raudo del Destino. La breve, eterna historia, que pronuncie el olvido. ¡Allá en la lejanía del hombre y del camino! (XXX) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
El extranjero viento del destino
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