Aquel fugaz viajero en la estación de trenes no supo decir a dónde iba. La extraña mujer de la boletería volvió a preguntarle su destino. “No sé decir a dónde voy, estoy perdido -respondió. Acaso no hay ciudad ni nadie que me espere. Sólo quiero un boleto de ida y de regreso por si tengo que volver alguna vez”. Entonces la mujer dijo al extraño: “Si llegas a olvidar un día quién eres, te pierdes a ti mismo. Si olvidas dónde vas, te olvidas de la vida. La vida que es camino, viajero sin ruta y sin historia. ¡El dulce amanecer del qué vendrá!” “Quizá me fui algún día –dijo el viajante. Por eso ya no existo ni tengo a dónde ir. Sólo soy una aparición que olvidó su destino, su anhelo y su lugar. ¡También su nombre! Por eso es que me voy sin dejar nada de mí, si no un suspiro, un viento alisio entre las vueltas largas de las vías.” Después de aquello tomó el tren. Dudoso quizá de irse o de quedar, de amar o de partir. La antigua verde azul locomotora emprendió viaje. Por eso de que parten y ya no vuelven más. Las traga el horizonte y te dejan allá, en medio de la vida. Sin nombre y devenir y sin saber quién eres. Era un viajero más -sin rostro y sin papeles- que se fuera una tarde que olvidara la vida. (XXVII) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer).
Sin nombre y sin destino aquel viajero
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