Se ha iniciado la Semana Santa. Tradicionalmente, se ha vivido con recogimiento y devoción por los misterios que en ella se celebran: La “Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo”. Los signos que en ella vemos, ayudan al cristiano a vivir estos días en coherencia con la fe cristiana. Hay quienes se toman estos días para descansar y divertirse. Una sana y justa diversión no es mala, lo malo sería olvidarse de Dios que nos redimió con su sangre en la cruz.
El significado de cada día de la semana es como un camino que nos conduce a la Luz de la Pascua. El “Domingo de Ramos” produce sentimientos encontrados: Alegría, dolor, muerte y vida. Se llevan ramos y palmas como un signo de victoria de Cristo que entra triunfalmente en Jerusalén. La multitud lo aclamaba gritando “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”; “¡Hosanna en las alturas!” El viernes siguiente, ese rey moriría crucificado. Fueron muchos los que lo aclamaron, pero pocos los que lo acompañaron en su pasión y muerte
El “Jueves Santo” en la misa llamada “La cena del Señor” se inaugura el triduo pascual de la “Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo”. Jesús, al igual que los años anteriores, celebraba la pascua judía con sus discípulos. En esta ocasión fue distinto, había nerviosismo y tensión. Jesús había dado una orden a Pedro y Juan: “Vayan a preparar lo necesario para que celebremos la Cena de Pascua” (Lc 22,8). En un momento inesperado el maestro toma un pan y una copa en sus manos y pronunció estas memorables palabras: “Esto es mi Cuerpo…Esta es mi Sangre” y da una orden a sus discípulos: “Hagan esto en memoria mía”. Estableció una Alianza Nueva y Eterna. Habla de un nuevo mandamiento: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado “y hace un gesto propio de los esclavos lavando los pies a cada uno de sus discípulos. La lección es clara: La autoridad es servicio.
El “Viernes Santo” se conmemora “la pasión y muerte de Cristo”. La celebración es sobria e intensa, no hay eucaristía. Cristo muere en la cruz en solidaridad con la humanidad. El impresionante poema del profeta Isaías nos habla del Mesías como el siervo paciente, como el varón de dolores humillado y rechazado, y traspasado por nuestros pecados (Is 52,13-53,12). Inspira sentimientos de dolor y compasión, de salvación y de esperanza. Ahí estaba representado todo sufrimiento humano.
El “Sábado Santo” invita a pensar que Dios no está ajeno a nuestra historia y que, por medio de su Hijo, ha querido experimentar lo que es sufrir, llorar y morir. El panorama litúrgico cambia por la noche en la vigilia pascual. Todo se viste de fiesta. Se proclama que la muerte es vida y que Cristo resucitó como Él lo había dicho. El sepulcro está vacío. La alegría de los creyentes es contagiante. Se amanece con el “Domingo” más importante de todo el año. Es el eje en torno al cual giran todas las celebraciones. Nuestra fe adquiere sentido: “Si Cristo no hubiera Resucitado vana sería nuestra fe”. Desde ese momento se inician las fiestas pascuales que duran cincuenta días. Con la Pascua de Cristo tenemos asegurada la esperanza de nuestra futura resurrección y una nueva forma de vida.
Sacerdote salesiano.