Trenes de hojalata que pasan y se pierden en blancas humaredas de lunas pasajeras. Que vienen y se van, dibujando en el aire nubarrones de carbón, ausencia y de ceniza. Algunos viajantes subirán a ellos. Otros quedarán en las solas estaciones que borrará la aurora del viajero destino. ¡Trenes que pasan y se van! Que yéndose se quedan en ti y ya no vuelven más. No sabes qué dejaron o llevaron de tu sueño. ¡Trenes de la vida que silban a lo lejos como animales en celo de acero y de distancias! Que llegando no llegan y llegan sin llegar. Que yéndose en la ausencia se van y no se van. Errantes vagones del extranjero devenir. ¿Cuándo han de volver, venciendo las distancias del tiempo y del olvido? ¿Y cuándo tornarán aquellos que se fueron y nunca que se fueron, nublando la mirada? “Que no te deje el tren”-dice la gente, aludiendo a la edad y sus promesas; furtivos instantes de la felicidad. “Que no escape el amor y su risa de un día” –te aconsejan. A veces el tranvía nos dejó por impuntuales. O quizá fue la vida la que compró un boleto de ida y sin regreso. Trenes de la luna que al final partieron al amanecer, borrándose en nostalgias de larga lejanía. Y la voz del viento diciendo mientras tanto “¡Adiós! ¡Adiós! Vuelve mañana”. Aunque el mañana fuera tan sólo una ilusión. Una patraña más de la imaginación divina. (XXII) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
Trenes de hojalata parten sin partir y vuelven sin volver
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