Escribiendo la vida en un instante -o lo que da lo mismo- la vida de un instante, el poeta viajero garabateó unos versos. Aquel breve poema, escrito bajo las luces de la locomotora, viajando en la memoria decía así: “Cuando digas adiós no digas nada. Sólo parte en silencio como sombra. De niebla y sin palabras; dolida, enamorada. Que dice sin decir. Que no te nombra. Fugaz como los años. Que yéndose en silencio se van, no dejan nada. Tan sólo una estación vacía en la mirada. Cuando digas adiós calla tu nombre y el nombre sin palabras que se queda. Sólo sigue el camino de la blanca humareda de lunas que amanecen para luego morir, partir, perderse… Cuando digas me voy, tan sólo vete. Porque es mejor decir callando, aquello que se muere en ti, quedando.” Eran versos lejanos que nos inspira la vida. Cuando al decir adiós no dices nada y a veces sin decir dices adiós. “Si alguien me pregunta dónde vengo yo responderé que no recuerdo. Y si me preguntan si he amado no sabré si es cierto mi pasado. Caminos del viento. Caminos del amanecer. Caminos de algún querer. Caminos en la piel. Caminos donde el amor. Caminos me esperó. Caminos de ayer y ahora. ¡Caminos que se añoran!” decía su cantar escrito el viaje aquel. (XXV) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
Cuando digas adiós no digas nada
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