En varias ocasiones Jesús enseñó a sus discípulos sobre el dar cuentas. El ser humano está dotado de razón, lo cual, lo hace responsable de sus actuaciones. Detrás de cada acción existe una responsabilidad ética que la persona asume. Nuestras actitudes, posturas y hechos no se dan en un vacío moral. Cada una de ellas supone una afectación positiva o negativa a la vida de los demás. Lo que Jesús aseguró es que, al final de cuentas, el ser humano no podrá escapar indemne, siempre tendrá que verse de frente con las consecuencias de sus hechos, sean estos de acción u omisión. A ese momento, cuando el ser humano cosecha lo que sembró, se le ha dado el nombre de juicio final.
Es un «juicio» porque Jesús enfatizó que el hacer justicia es lo que a Dios le agrada y que, al final de la historia, será la retribución de lo que cada persona merece la que prevalecerá. Y es «final» porque se trata de una valoración de la vida completa, desde el nacimiento hasta la muerte y, además, es definitivo e inapelable. De este juicio final Jesús habló usando parábolas y analogías. En una ocasión retomó el concepto del «día del Señor», anunciado por los profetas, y lo combinó con la apocalíptica judía para presentar su parusía como el día para rendir cuentas. Cuando llegue el final de todas las cosas, serán reunidas todas las naciones y, de la manera que lo hace un pastor, separará las ovejas de las cabras. Las ovejas las colocará de su lado derecho y las aprobará por haber mostrado compasión hacia los necesitados y, por ello, los llamará «justos». A su izquierda ubicará a las cabras, que representarán a los despreciables que no se compadecieron de los necesitados. A ellas las llamará «malditos».
Pero en su analogía no solo está presente el juez y los juzgados, sino también aquellos con relación a quienes las personas se revelan como ovejas o como cabras. Son los necesitados y vulnerables, los que tienen hambre y sed, los que son migrantes o están desnudos, los que están enfermos o en la cárcel. A estos llamará «mis hermanos más pequeños». La enseñanza es que lo que define el carácter de cada persona es la manera en que trata a los necesitados y angustiados. Si su comportamiento es sensible y compasivo es una oveja. Por el contrario, si es indiferente o inhumano, es una cabra.
En la analogía la fe no juega ningún papel, tampoco la religiosidad. El asunto es mucho más sencillo, se trata de ser sensibles hacia el sufrimiento de los demás. La intención de la analogía es proporcionar un correctivo muy necesario al dar una alta prioridad al servicio a los pobres y desamparados. Toda la parafernalia religiosa y el lenguaje piadoso vendrán a ser nada ante el hecho simple de lo que se hizo ante el punzante desafío de un ser humano en necesidad. Quien puede permanecer indiferente ante el dolor ajeno es un reprobado, un maldito. Pero quien no puede dejar de actuar en favor de los despreciados es aprobado, una oveja.
Pero la analogía de Jesús también propone una redefinición de lo que debe entenderse por hermandad cristiana. Esta no está determinada por una relación de fe, sino por su vulnerabilidad. «Hermanos» debe entenderse en un sentido más amplio de lo que es habitual en los evangelios. Son los pobres y afligidos, sean quienes sean, los que deben ser considerados hermanos y hermanas. Pero no solo eso, el Maestro fue todavía un paso más adelante no solo al replantear una nueva hermandad en los desposeídos sino al hacerse tan cercano a ellos que se convierte en uno de ellos. Por eso afirma: «Lo que hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí lo hicieron».
La sorpresa tanto para las ovejas como para las cabras será mayúscula. Ni las unas ni las otras cayeron en la cuenta de que la misericordia que mostraron o que dejaron de mostrar, al fin de cuentas no había sido para el vulnerable sino para Jesús. Si las cabras hubieran sabido que se trataba de Jesús en cada pobre, probablemente no habrían dejado de expresar compasión. Mateo 25:31-46.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.