Alrededor de 12 mujeres artistas se unieron a la causa del “Amorcito Fest”, que se llevó a cabo el sábado 17 de febrero en la terraza Iukayotl, ubicada en los alrededores del Bulevar Constitución en San Salvador.
Artistas de malabares, del performance, pintoras que ofrecieron un taller gratis, poetas y músicas ofrecieron su talento para recaudar fondos para ayudar a Katherine Zepeda, salvadoreña que por años se ha especializado en instrumentos de cuerda, en especial guitarra y arpa, y que desde 2022 estudia musicoterapia en la Universidad Nacional de Colombia.
El costo de la entrada al evento -que eran $5-, la venta de alimentos y bebidas y de números de rifa -para optar a premios como piezas de arte y accesorios de emprendimientos de mujeres que se unieron a la causa- fueron parte de las actividades con las que se recaudaron fondos.
Katherine Zepeda es licenciada en Historia por la Universidad de El Salvador (UES) y paralelo a sus estudios cursaba clases de música. Recientemente, culminó la licenciatura y optó por continuar preparándose, pero en algo relacionado con música.
En su búsqueda, aplicó para la maestría en Musicoterapia al verificar que ella cumplía con los requisitos, tanto de conocimientos como de edad; también optó por buscar apoyo para una Beca del Fondo Especial de los Recursos provenientes de la Privatización de ANTEL (FANTEL), con la ayuda de su maestra de arpa que vio su potencial.
Sin embargo, la ayuda que buscó en la institución no se consolidó, pese a que se le comunicó que los documentos estaban en orden y que su perfil aplicaba para obtener este beneficio. Zepeda cree que su aplicación se perdió entre documentos cuando la administración de Fantel fue transformada a Beca Roque Dalton, “... en junio de 2023 regresé por unos días al país para ver si era posible tener respuestas sobre mi proceso, pero no fue así, el Ministerio de Cultura me contacto para pedir mi hoja de vida junto con los documentos de aplicación a la beca, sin tener ninguna comunicación clara”, recordó.
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La estudiante aseguró que desde que migró en 2022 dejó un poder a su madre para que firmara por ella en el momento que recibiera la beca, pero en los siguientes meses las personas encargadas del proceso no respondieron sus correos y sus llamadas, hasta que, recientemente, del Ministerio de Cultura se comunicaron con ella y le expresaron que al no haber contrato firmado no podían ayudarla porque la Beca Fantel no existía, pero que podía aplicar a una Beca Roque Dalton. Zepeda no menciona a las personas con las que se comunicó por temor a represalias.
La artista de 34 años, quien durante sus estudios de música en El Salvador formó parte de la Orquesta Juvenil de Guitarras del Sistema de Coros y Orquestas y ha sido parte del conjunto de mujeres arpistas, explicó que además del engorroso proceso que tuvo que enfrentar para que la beca le fuera otorgada, ha tenido que enfrentarse a malos tratos por administradores de su maestría por no pagar cuotas a tiempo, además de dejar horas de estudio por algún trabajo esporádico en lugares donde le cobraban pensión y servicio de salud. “… la carga académica de este tipo de maestrías es muy fuerte y es difícil equilibrar el tiempo con un trabajo, más si se deben hacer jornadas completas para ganar poco dinero, en un trabajo que no brinda ninguna condición favorable, por no tener permiso legal para trabajar”.
Para sostener parte de sus estudios, Katherine también invirtió parte de sus ahorros en comprar instrumentos hechos en Colombia para venderlos en El Salvador, pero ya que se encuentra a solo meses de culminar la maestría, sostenerse se ha vuelto complicado. Es por ello que, al ver la situación que ella vive, artistas salvadoreñas que ya son veteranas en el gremio y que la conocen, e incluso nuevas generaciones que solo la identifican por su historia, se unieron a la causa.
Laura Sofía, quien es artista performance y asistió al “Amorcito Fest”, afirmó que conoce a Katherine desde hace muchos años, pues juntas conformaron colectivos artísticos. “… si Katherine terminara sus estudios nos beneficiáramos todos, pues pocas personas están interesadas en hacer estudios que aporten al bienestar de las personas, más en una rama de salud mental y en técnicas que se enfoquen en ayudar a las personas a través del arte”, manifestó.
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La artista comentó que cuando se enteró de la iniciativa no dudó en asistir y ve este esfuerzo como un acto de resistencia, pues, pese a las dificultades, Katherine ha continuado estudiando con la complicidad de los amigos que también han prestado dinero y su familia que ha doblado esfuerzos para ayudarle.
En el festival, Valentina, de 24 años, ofreció su destreza en el aro hula para el evento; ella comentó que practica lira y malabares en tela: “no conozco a Katherine, pero siento que comparto su historia, lastimosamente para aprender un poco de técnica tenemos que hacerlo entre nosotras o asistir a los pocos talleres que hay en las ramas de arte que preferimos”.
La malabarista cree que a las y los artistas no les queda más que apoyarse unos a otros, pues ser artista en El Salvador aún es visto como un hobby y como un trabajo que no es remunerado como un trabajo formal, además que no hay todavía escuelas donde certificarse y pocas personas tienen la oportunidad de salir del país por una oportunidad de estudio en estos ámbitos.
De la misma manera, Angie, una artista que desde hace dos años se enfoca a mejorar su arte en clown y malabarismo, se unió a la iniciativa para hacer un espectáculo de malabares con fuego al caer la noche, a diferencia de Valentina, ya tuvo la oportunidad de viajar a talleres en Nicaragua y Costa Rica, “aunque sea en la región sigue siendo caro”, ella espera algún día poder ahorrar lo suficiente para poder viajar y estudiar arte fuera de El Salvador.
En El Salvador aún no se cuentan con una escuela pública de arte, a pesar de que El Centro Nacional de Artes (CENAR) es el único espacio público donde aprender algunas expresiones artísticas y comenzó a dar servicios gratuitos a partir de junio de 2023. La escuela de música dejó de funcionar en el lugar, lo que afectó a estudiantes que llevaban estudiando ahí su carrera musical, mientras que los profesores fueron desplazados a otras escuelas.
En el CENAR, aún se continúan dando clases de grabado, cerámica, escultura y fotografía y se sumó el ballet. Pero siguen siendo espacios de aprendizaje básico para niños, jóvenes y adultos mayores y no como carreras.