Los últimos capullos caían del ramaje. Los versos del poeta decían: “Eran cerezos en flor en mi camino/ cuando el viaje me llevó hasta ella./ Y yo que creía era eterna la breve primavera de su estrella/ Y mi flor apareció del aire/ y yo le juraba un día más/ Luego desapareció en mi sueño/ que sólo duraba un despertar/ Flor de Sakura, mi breve ilusión/ que eternizó su primavera en mí/ Aunque cayera al despedirse abril/ o al volver a mí… ¡O al morir en mí!” “Tengo que partir en el primer tren de las seis -dijo Joe Saturno a Gabriele. Tienes que llegar mañana a la estación de trenes para encontrarnos, antes que termine el décimo día de la vida y los cerezos.” “Allí estaré viajero amigo -dijo la joven, abrazándose a él. Arráncame como a una flor del almanaque del destino. ¡Y si he de morir como la flor del cerezo, quiero que sea en tus versos o en las vías de un tren que huye hacia el ocaso!” (Joe Saturno recordó a la variedad de flor de sakura cuyos pétalos blancos llevan una mancha de sangre). Las primeras luces del alba iluminaron la aldea. La humareda de un ferrocarril se divisó sobre las colinas cercanas, anunciando su llegada con sus errantes cantos de sirena. El poeta viajero llegó presuroso hasta la estación ferroviaria. Desde allá se divisaba la torre de la plaza central, donde el detenido reloj de la aldea había empezado a andar, justamente al final de los diez días de la vida en flor. J.S. miraba ansiosamente hacia la alameda -inmersa en las brumas del alba- sin ver aparecer al esperado ángel de los cerezos. (XVI) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
Cita en la estación de los últimos capítulos
.