Cierta mañana Joe Saturno volvió a encontrarse con la enigmática bella dama del hostal en el jardín interior de la posada. La misma que decía ser “Gabriele” o la ausencia de lo que quedaba de la niña de ayer. Entonces J.S. le pidió un favor: “Ella dibujaba el florecer de los cerezos en sus cuadernos de escuela -dijo. Quiero llevarme uno de ellos antes de partir de este pueblo, para que no los borre el inevitable olvido del destino.” La huésped del hotel aceptó su petición. Fue a su habitación y volvió hasta él con un desleído cuaderno entre sus manos. “Ya casi borra el tiempo sus hojas coloridas -dijo. Han pasado muchos años de los diez días de la vida que marcara el calendario. Cuando abras sus páginas, talvez encuentres lo que sus delicadas manos dibujaron. Sabes que -al igual que en la memoria- el tiempo desvanece lo que escribes en tu historia personal o en un ingenuo cuaderno escolar. Espero, por igual, que tus versos no los borre la nevada…” “La vida, en efecto, es un cuaderno de escuela donde vamos dibujando tanto lo dulce del imposible como el prodigio de una flor o de unos versos escritos a la nada” -respondió Joe Saturno con honda nostalgia. La mujer miró hacia lo profundo del jardín y dos lágrimas brotaron de sus ojos. “¡Es ella, la niña de ayer, la que llora! -pensó J.S. en sus adentros. Aunque lo haga desde el fondo de su ser y de los años.” Luego de aquello la bella dama desapareció ante sus ojos. (XIII) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
El florecer de los cerezos en un cuaderno de escuela
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