*En mi artículo del Miércoles de Ceniza, mencioné el reto de vivir las Bienaventuranzas (Capítulo 5 del Evangelio de San Mateo). El Beato Rutilio Grande decía "hay que ponerle patas al Evangelio". Durante la Cuaresma, les presentaré a un grupo de personas-todas las cuales tengo el privilegio de conocer-que de una manera o de otra resumen lo que es vivir una bienaventuranza.*
Mi parroquia sigue, de una manera un poco diferente a otras, el sistema SINE (Sistema Integral de la Nueva Evangelización). Nos reunimos en pequeñas comunidades, dónde oramos y hacemos la Lectio Divina con un pasaje del Evangelio. A pesar que no me llevo la estrellita dorada en asistencia, debo admitir que la comunidad es una parte fundamental de mi caminar cristiano. Más aún porque en las comunidades de mi parroquia asistimos personas de todos los niveles sociales.
Y fue en mi comunidad que conocí a Concepción.
Concepción tiene un pequeño puesto de licuados en la casita dónde vive. Temprano en la mañana, ella y su hija van al mercado y compran fruta fresca para los batidos de ese día. También tiene un hijo, que estudia medicina y trabaja. Entre los tres se rebuscan y sacan lo suficiente para sobrevivir. Hasta hace poco, a Concepción sólo se le podía controlar a través del teléfono de su hija.
Concepción es bajita y morena. Desde que la conocí, me impresionó su dignidad. Llega cuidadosamente vestida a la comunidad, no con ropa cara, sino con ropa que guarda cuidadosamente para ese día. Lo mismo los domingos a misa. Yo, acostumbrada los estilos "warever" para el miércoles y el "jeans y chanclas" los domingos, me dí cuenta que Concepción tiene la noción correcta de las cosas: para Dios, lo mejor, incluso el vestido. Su voz es suave y armoniosa; sus ademanes lentos. Siempre que entro (tarde, golpeando la puerta muy fuerte porque siempre cargo más que lo que debo), Concepción tiene una sonrisa. Me encanta sentarme junto a ella, porque me da paz.
Muchas veces, en nuestra arrogancia, tenemos nociones erradas. Si vemos a una persona como Concepción, pensamos que nosotras somos los que podemos ser generosos con "ellos", o que "ellos" nos van a pedir cosas, o (más arrogantemente) que "ellos" no nos pueden enseñar nada. ¡Cuán equivocados estamos!
Una de las cosas que he aprendido de Concepción es la total confianza en Dios a través del despojo. Como no estoy usando su nombre real, puedo contar esta historia. Era el domingo en que nos comprometíamos para trabajar en los distintos ministerios de nuestra parroquia. Yo tenía el mi papel ya listo, pero había un no se qué dentro de mí. En lo que pasaba la fila de gente y yo trataba desesperadamente de tomar una decisión de qué hacer. La Conce se levantó, entregó su papelito y regresó a la banca. Me sonrió al sentarse.
"Conce", le dije, "¿en qué pastoral va a servir?"
"En la visita a enfermos. Vamos a visitar enfermos, y vamos a un hogar de ancianos", le brillaban los ojos al contarme. "Mire, sólo vamos una vez al mes. Véngase, necesitamos gente"
"¿Qué día y a qué hora?" pregunté
Era los lunes a las 2:30 p.m. Fruncí el ceño. Ese día era de salir tarde del trabajo. Hice mis cálculos matemáticos de distancia, vs.cansancio vs. tiroides. No, no era factible.
"Véngase", me repitió, poniendo su mano sobre la mía." Sólo es un lunes al mes. Mire, yo lo que hago es que no vendo ese lunes para estar a tiempo..."
Lo dijo tranquilamente, como que era una solución lógica a un problema simple. Pero a mí se me vino el mundo encima. Si, la Conce no vendía ese día porque tiene que caminar de su casa a la parroquia, y no le daría tiempo por la hora de dejar todo arreglado. Pero un día de venta sacrificado por ir a ver a los ancianos...me puse a pensar en mi carro cómodo, con aire acondicionado y mi trabajo que no es pesado para nada, que no había tomado en cuenta dentro de mi algoritmo. Era sólo de organizarme. No sé cómo leyó el Padre el papel, porque tenía los ojos un poco borrosos al escribir.
Y no es la primera vez que la Conce me deja callada. Otra vez estábamos discutiendo un tema de ayuda por parte de la Comunidad. Todos empezamos a hacer cuentas. Es que yo no compro veinte dólares de...es que yo. Es que YO, la Carmen Marón, era la que más vocal y enfática era en temas de ser prudente. Hablé, y hablé y dije no sé cuántas (y quizás muy ciertas) sandeces, hasta que se me acabó la cuerda. La Conce nos vió a todos y dijo "Bueno, yo no puedo dar eso pero podría dar quince.." Quince dólares era el equivalente a trescientos míos. Chitón boca.
Cuándo oímos la frase "pobres de espíritu" nos imaginamos quizás a alguien derrotado, o a alguien que no tiene nada. Pero ser pobre de espíritu es reconocer, con humildad, que todo lo que tenemos, o poseemos-material, intelectual y espiritualmente-proviene de Dios. Y, por supuesto, los pobres de Espíritu se refieren a los "anawim", aquellos que por humildad de carácter, o por su misma situación económica, tienen una actitud de sumisión absoluta a Dios y Su voluntad.
Sentada en medio de mi comunidad, con la Conce al lado, puedo ver como esta es una característica muy de ellos como grupo. Allí está la banquera que da de comer a los pobres en secreto, la gerente que le compra a la Conce el refrigerio que lleva, el ingeniero que nos manda el evangelio diario a pesar que esta con problemas de salud, la señora mayor que se viste precioso y de cuyas acciones de bondad ocultas me entero todo el tiempo. Yo estoy lejos de tener esa pobreza- confiar en Dios para mí es algo similar a tirarme de un trampolín de cinco metros de alto dentro de una piscina de diez de profundidad-pero espero algún día quizás lograr un pequeño porcentaje de "anawinismo".
Para mientras ya fuí a mi primera reunión para la visita de enfermos...y sí, allí estaba la Conce.
Educadora.