Estando Joe Saturno la mañana del séptimo día en la sala del hostal -mientras escribía unos versos en su secreto poemario- vio pasar ante él a una bella dama. La misma cuya cabellera se agitaba como el vuelo de fugaces golondrinas. Ignorando su presencia, la mujer pasó de largo hacia el fondo de la posada. Era, al parecer, otro huésped del lugar. Miró J.S. entonces hacia el calendario del salón y vio que -de sus diez días marcados- ya habían transcurrido siete. Buscó a la dulce Gabriele por los pasillos de la mansión sin dar con ella. “Aquí no hay ninguna niña -le dijo la desconocida dama, desde el jardín interior del hospedaje. Gabriele soy yo” -le dijo con desdeño. “¿Tú eres ella?” -preguntó asombrado Joe Saturno. “En efecto -contestó la mujer, que llevaba tatuada en su pecho una flor de cerezo. La niña que buscas ya no existe.” El tiempo había transcurrido sin sentir. Entre tanto, los capullos de las sakuras empezaban a caer. “¿Y tú eres el farsante relojero que vino a reparar el reloj de la plaza y quedó sin cumplir la promesa que hiciera entonces de detener el florecer de la vida?”-reprochó la bella. J.S. quedó desconcertado y perdido en el tiempo y su lejana ilusión. No tuvo más palabras que decir: “¡Perdona mi hermosa ausente, pero no tuve el poder de detener la vida ni su primavera! También las golondrinas han empezado a emigrar y los cerezos empiezan a lucir sin capullos. Sólo quedan un par de días en el calendario; unos versos a la vida en mi bitácora y los fugaces picaflores del jardín …” (XII) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)
La desconocida bella dama del hostal
.