Ante la conmovedora eternidad del universo y de la brevedad humana, hay quienes viven únicamente este día, sin importarles ni el ayer, el nunca ni el mañana. Detenidos en un eterno presente olvidan lo fugaz y transitorio de la existencia. A esos seres sin tiempo ni lugar -en cierta manera libres y eternos- está dedicada esta leyenda. Todo ocurrió -como ya sabemos- durante el largo viaje de Joe Saturno hasta un lejano pueblo. Allá donde encontró pobladores -diríamos- de inusual eternidad. Mientras deliraba por la fiebre del descampado, le pareció vivir -en un solo instante- el infinito tiempo del vasto universo. “El Porvenir” era un desconocido poblado donde encontraba gente que desaparecía al día siguiente de caer las rosas de sakura. Era entonces que veía caras nuevas, deambulando por las calles o yendo dentro de máquinas viajeras que -luego de arribar a la aldea- se iban de paso con sus silbatos de sirena marina. Al recorrer el lugar veía asomar por las ventanas un nuevo rostro o algunos ya borrados. Encontraba a muchos que reían, callaban, volvían a ver hacia otro lado y te olvidaban. Eran vidas ausentes que vivían dentro de sí mismas en un mundo aparte, cubierto por las cenizas de una colorida luz. Allá en los diez días del sueño de la vida. (IX) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer).
Colorida luz de cenizas sobre el pueblo de “El Porvenir”
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