Hay que salir de este mundo destructor, en el que cada día más personas se hallan rodeadas por el sufrimiento; dolor ocasionado en parte, debido al aluvión de conflictos y guerras que nos acorralan. Bajo un panorama mundial en rápida evolución, nos merecemos también otros espacios que nos complementen, que al menos rebosen espíritu armónico y fomenten confianza. Por desgracia, son tantas las injusticias que nos injertamos unos a otros, que las contiendas no entienden de campos de batalla, sino que golpean indiscriminadamente por cualquier lugar, fruto del salvajismo que nos hemos injertado en vena. Ciertamente, la inhumanidad se ha adueñado de la humanidad y la deshumanización es tan acusada que, en el momento actual, la ciudadanía continúa muriendo de hambre, es explotada como jamás, está condenada al desconocimiento, carece de atención médica esencial e igualmente suele quedarse sin techo, imposibilitando el poder crear su propio hogar. De igual forma, hemos de reconocer, que todo parte de nosotros: que precisamos aliento, pero también alimento; sentirnos amados, pero además realizados; reencontrarnos como ciudadanos de bien, pero asimismo profesarnos como poetas en guardia.
Realmente cuesta entender este río de miserias, que lo único que acrecientan es la violencia, la agresión y la fragmentación entre análogos, cuando lo que estamos predestinados es a atendernos y a entendernos entre sí, lo que debe implicar el sometimiento al bien común de la familia humana, en vez de la estúpida e insolidaria búsqueda de poder y el privilegio individual. Desde luego, si en verdad queremos corregir el estado del mundo, tenemos que potenciar el auténtico desarrollo para todos, mediante la adopción de medidas coordinadas, ya no sólo para un beneficio equitativo, incluso por la aplicación de normas éticas universales, que frenen los sistemas financieros abusivos o usureros. Lo importante es avanzar hacia una economía poliglobal que nos humanice y no nos pervierta; caracterizada por el equilibrio, el balance justo y el respeto hacia todos. Ahora bien, ningún problema económico tiene una solución puramente mercantil, lo que nos exige la debida consideración a las diferencias legítimas. Aparte de que las personas que se bastan a sí mismas, son temibles e inservibles para el horizonte de la concordia, pero incluso son una carga de despropósitos de difícil encauzamiento.
Es verdad que, aunque nuestro momento parece mostrar signos de un cierto retroceso, hemos de reconocer que cada época debe retomar las luchas y las conquistas de las generaciones pasadas, poniendo las miras aún más elevadas, como revitalizar las finanzas, responder a la amenaza del cambio climático y garantizar que la inteligencia artificial se utilice como una fuerza positiva. Por ello, -a mi juicio-, es fundamental el diálogo abierto, auténtico y transparente, para restablecer la entereza mutua entre individuos y naciones. Indudablemente, no hay soluciones fulminantes, ni tampoco remedios únicos. Se trata, eso sí, de abordar todos los síntomas de forma holística y multilateral. Sabemos que el reto al que nos enfrentamos no es nada fácil, es la acción conjunta y colaborativa de la entera familia de las naciones. Únicamente, de este modo, dejando a un lado las lógicas visiones mezquinas, podremos avanzar y que nadie quede postergado. No olvidemos que todos formamos parte de este pequeño planeta, cuya custodia es nuestra; pero el itinerario tiene un fin, que ha de servirnos para hacer el camino del verso y rehacer vidas sin tormentos. Ojalá concurra el conocerse con el reconocerse como parte de la inspiración anímica.
A propósito, mientras nos alegramos justamente y agradecemos los extraordinarios desarrollos de la tecnología y de la ciencia, también nos entristece el no ser capaces de actuar de forma responsable, respetando valores humanos fundamentales como la inclusión, la seguridad, la privacidad, o el mismo compromiso de actuar de manera ética, que es lo que da sentido a ese orbe tecnocrático, necesitado de conciencia crítica, tanto en nuestra vida personal como comunitaria; porque tan significativo como mantenerse en acción, es cuidarse corazón a corazón. Por tanto, la coherencia entre el amor y las relaciones, asunto decisivo para el desarrollo humano y para poder afrontar todo tipo de crisis, nos instan a continuar profundizando en la sanación de una sociedad que hoy está enferma. La regeneración del mundo, en consecuencia, comienza por uno mismo; trabajando todos unidos, testimoniando el codo con codo, para poder cultivar la intrínseca dimensión social, comenzando por esa salud física y mental que requerimos. Lo verdaderamente paradisíaco, pues, radica en reconocernos como parte creativa de la recreación; hallándonos en los demás, como en nosotros mismos.
Escritor