Como ya sabemos, la rosa del cerezo al brotar en primavera es -dentro de la floresta- la más breve de las flores. Como el mismo nombre en latín lo dice: “prima” (primer); “vera” (verdor), (verdad). ¡Verdor de la primera verdad! Aunque, tristemente, su belleza -como la misma verdad- sean breves en el viento y en los labios. Cuando Joe Saturno arribó en aquel tren de plata al pueblo de la vida detenida (esto por haberse detenido el reloj de la plaza central) la lluvia caía sobre una resplandeciente y bulliciosa feria. La misma que -como todas las ferias- también iría de paso. “Ya pasará el aguacero y el festival” -pensó en sus adentros. “Los circenses -continuó- viven más rápido que los aldeanos y pueblos que visitan. Por ello desaparecen de un día para otro con sus sueños y carpas viajeras. Van, al fin, de paso como el amor, la gloria o la felicidad. ¡Tan de largo, tan fugaces; tan del adiós!” No obstante, en aquel extraño lugar -donde el tiempo y la vida se habían detenido- florecían el amor, la ilusión, la juventud, los capullos, la fortuna, la risa, la felicidad… “Pocos querrán que el reloj de la torre vuelva a caminar -pensó Joe Saturno. La primavera ilumina el rostro y el espíritu de aquellos que la ven eternizada en su esplendor. ¿Debo acaso activar el tiempo y que pierdan su feliz ensueño?” -se preguntó dudoso, sintiéndose dueño del destino. (IV) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer).
Los diez días de la vida
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