Las vidas de un solo florecer

Todo aquel sueño mágico comenzó cuando -agotado por el largo viaje- Joe Saturno se quedó dormido dentro del vagón del tren en que viajaba. Cuando despertó había llegado a una estación desconocida. Luego de bajar, el tranvía del destino se fue por las colinas con sus silbatos de tritón marino, quedando él con sus maletas de viaje sentado en una banca. Después se percató que quizá no era el lugar al cual se dirigía. Creyendo que había llegado al sitio errado, preguntó en qué pueblo estaba al único e inexpresivo policía de aduanas que había en la estación: “No sé dónde estoy -le dijo. Perdí mi destino. Creo que he llegado al lugar equivocado.” El gendarme -mirándole fijamente a los ojos- dijo con palabras certeras: “Éste es el pueblo hacia dónde usted se dirigía. Quédese un tiempo en esta florida aldea a cumplir su misión. Como los diez días de la vida, el florecer de los cerezos habrá de pasar, pues tan sólo ha de durar diez amaneceres. El otoño puede esperar. Deje que llegue y disfrute la estación. Arregle mientras tanto el reloj de la torre. Hace unos días -o quizá muchos más- que se detuvo y la gente reclama su inmortalidad.” En efecto, parecía que la aldea había quedado detenida en el tiempo y la existencia. O quizá sólo viviendo la fugaz primavera de vidas de un solo florecer. (III) (“Los Diez Días de la Flor de la Vida” ©C.Balaguer)