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Deseo-derecho

Encumbrar los deseos a la categoría de derechos es al mismo tiempo causa y consecuencia del discurso que identifica la libertad como autonomía ilimitada; misma que coloca la búsqueda del placer (de cualquier placer), y el esquivar el dolor como metas de una vida humana “digna”…

Por Carlos Mayora Re
Ingeniero @carlosmayorare

Vivimos en una cultura en la que la satisfacción de los deseos ha terminado siendo la piedra de toque de la realización personal. Es tan fuerte esta forma de pensar, que no raramente esa pretendida, e ilimitada, autonomía de la voluntad, termina por convertir los deseos, prácticamente, en derechos.

Es, sin duda, el triunfo de la teoría de Nietzsche acerca de la voluntad de poder como el motor que da sentido a la vida humana.

Es como si asistiéramos a una hipertrofia de la capacidad humana de desear. Aunque, su contrario, tampoco es deseable pues una persona sin deseos (a pesar de que entre los budistas la ataraxia, la ausencia de deseos, es la meta de la plenitud humana) carecería de una dimensión clave de la vida: la posibilidad de prever el futuro y satisfacer las necesidades humanas.

Hipertrofia de la capacidad de desear, digo, porque en la cultura posmoderna la hegemonía del deseo se ha convertido en el único criterio orientativo, incluso, cuando a cuestiones morales, o éticas, se refiere.

Buena parte está causado por el avance tremendo que la tecnología ha tenido en los últimos años. Una revolución tan grande, que ha hecho que haya muchos convencidos de que lo pueden todo, que no deben plegarse a voluntades ajenas, y que es preferible transformar la realidad plegándola con los propios deseos, que someterse a ella cuando nos niega la satisfacción de los mismos.

Nunca como en estos dorados tiempos ha cobrado tanta fuerza el célebre “querer es poder”… con la diferencia de que hasta hace unos pocos años, en ese “querer” las personas entendían que la protagonista era la voluntad, y que entre el querer y el poder debía mediar no solo el tiempo, sino también la acción personal. Ahora no, ahora “querer” se confunde demasiado a menudo con desear, de modo que se podría reescribir el lema como “desear es poder”, añadiendo la peculiaridad de que ese “poder/desear” es inmediato, siempre realizable, y -por supuesto- un derecho de quien desea.

Congruentemente con lo que venimos diciendo, para poner algunos ejemplos, hoy día casi nadie reconoce la existencia de una realidad fuera de su propio control a la hora de decidir tener o no tener un hijo, cambiar de sexo, modificar el propio cuerpo a partir del ejercicio o de la cirugía (qué más da), dejar de vivir cuando a uno le apetezca, etc. Más aún… todos los ejemplos anteriores no raramente se elevan al estatus de “derechos” que ya no solo dependen de la acción de quien desea, sino que la sociedad misma debe tutelar y hacer realizables dichos derechos (deseos) individuales.

Otra consecuencia derivada del reinado axiológico de los deseos-derechos en la sociedad contemporánea, es la preeminencia en la conciencia de muchas personas del utilitarismo, y de la búsqueda de una felicidad basada en el placer y en el interés individual, por encima de cualquier otra consideración moral-ética o social.

En otras palabras: al negar la existencia de parámetros comunes o compartidos a la hora de alcanzar el propio desarrollo y la felicidad que éste conlleva, no hay más remedio que buscar la vida feliz de un modo individualista, pragmático y, en no pocos casos, cínico. ¿Los demás? Si son útiles a la propia felicidad, bienvenidos, si exigen de la persona sacrificios o renuncias de los propios deseos… se quedan al margen, y ya.

Encumbrar los deseos a la categoría de derechos es al mismo tiempo causa y consecuencia del discurso que identifica la libertad como autonomía ilimitada; misma que coloca la búsqueda del placer (de cualquier placer), y el esquivar el dolor como metas de una vida humana “digna”… sin darse cuenta de que en esto, nos llevan la delantera algunos animales que se encuentran en grados inferiores al ser humano en la escala biológica.

Ingeniero/@carlosmayorare

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Balances Políticos Derechos Humanos Opinión

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