El Salvador es uno de los países más vulnerables al cambio climático en todo el mundo, por su pequeño territorio, su alta densidad demográfica (una atiborrada población) y por estar en un importante porcentaje en el Corredor Seco Centroamericano, una franja de tierra de 156 millones de kilómetros cuadrados que se extiende desde la costa occidental de Chiapas (México) hasta el oeste de Panamá.
Una de sus características de este territorio es la prevalencia de fenómenos climáticos extremos, como las sequías e inundaciones, que se han vuelto cada vez más frecuentes en los últimos años. Las principales afectaciones de un territorio como este se registran en las actividades agrícolas, pues el grano depende en gran medida de una precisa medida de agua llegada del cielo.
Sin embargo, al tratarse de un fenómeno sistémico, la agricultura no es la única área de la economía que se ve afectada por estos problemas. Según un informe publicado en septiembre de 2023 por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), si desde El Salvador no se invierte para contrarrestar los efectos del cambio climático, el país crecerá menos en su Producto Interno Bruto (PIB): hasta un 12 % menos de lo que lo haría sin esta influencia.
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Para la misma institución, el país debería invertir el equivalente al 5.5 % de su PIB por año para contrarrestarlo, lo que para El Salvador significan unos $1600 millones.
Por otro lado, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) advierte que si El Salvador no toma las medidas necesarias para contrarrestar sus efectos, las pérdidas en el PIB (que marca el tamaño de una economía) sería del 7 % cada año.
Uno de los rubros que más podrían ser afectados por el cambio climático, según la CEPAL, es el del turismo, uno en el que la actual gestión gubernamental ha puesto muchas de sus esperanzas. A principios de este año, se celebró que el país había atraído a 3 millones de turistas. Para El Salvador, este rubro siempre ha sido importante. Entre 2015 y 2019, por ejemplo, el 6.2 % de empleos formales pertenecían al sector de alojamiento y comida.
Mayor vulnerabilidad al cambio climático es equivalente a menor atracción de turistas. Eso es lo que encontraron los investigadores Serhan Cevik y Manuk Ghazanchyan en un estudio publicado en 2020 en el espacio de documentos de trabajo del Fondo Monetario Internacional (FMI). En el documento “Tormenta perfecta: Cambio climático y turismo”, los autores establecieron que, en promedio, un aumento de 10 puntos porcentuales en la vulnerabilidad al cambio climático correspondía a una disminución de 10 puntos porcentuales en los ingresos del turismo como porcentaje del PIB.
Arribaron a esas conclusiones al analizar 15 países caribeños (donde el turismo ocupa un lugar privilegiado en la economía) entre 1995 y 2017, para el que usaron un índice multidimensional.
“Estos resultados son una manifestación de condiciones medioambientales que determinan la actitud de los visitantes hacia el riesgo y la percepción de la seguridad en los viajes y el turismo internacionales”, escribieron los autores.
El Índice de Riesgo Climático (IRC) indica el nivel de exposición y la vulnerabilidad a los fenómenos climáticos extremos que tienen los países. Es elaborado por la organización no gubernamental alemana Germanwatch.
Para 2019 (último dato disponible), El Salvador tenía una calificación de 91.83 puntos, lo que lo colocaba como en el puesto 103 de países más resilientes al cambio climático. Es decir que, en el mundo, hay 102 países que son menos vulnerables que el nuestro. Guatemala (62) y Honduras (79), por ejemplo, están mejor posicionados.
El acceso al agua como factor
Meraris López es investigadora de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Es especialista en temas de Cambio Climático y Economía. Para ella, una de las principales alarmas respecto al fenómeno es la del acceso al agua, que ha disminuido, entre 2012 y 2022, en un 3% en El Salvador. En el mismo periodo, la demanda ha aumentado en torno al 16 %.
Por ejemplo, muchos ríos han comenzado a convertirse en “ríos de invierno”, pues en verano se secan totalmente, convirtiéndose en quebradas. Eso es más común, sostiene López, en el departamento de Chalatenango.
“Que no haya suficiente agua afecta, obviamente, a la agricultura, la ganadería y al consumo humano, pero también a la industria que la utiliza y afecta la producción en la energía eléctrica… es una cadena”, comenta López.
Si hay menos acceso al agua, los costos de las empresas que la tienen como un elemento fundamental en sus procesos se disparan. Eso, a la larga, puede provocar que las inversiones se retiren del país, hacia otros lugares donde no cueste tanto. Lo que disminuiría los ya bajos índices de Inversión Extranjera Directa (IED) de El Salvador.
En cuanto a la energía eléctrica, casi un tercio de lo que se genera en el país proviene de represas sobre el río Lempa, una fuente que, para el año 2100, podría disminuir hasta en un 50 %. Pero no hay que esperar tanto para ver sus efectos: cuando no hay suficiente caudal, hay mucha menos producción en las hidroeléctricas. Se debe recurrir, entonces, a combustibles fósiles, que son más caros y que generan más gases de efecto invernadero. Un círculo vicioso.
Pero también afectan la factura de la energía eléctrica. Algo que no solo dispara el costo de la vida de una familia, sino también los del sector industrial, que en El Salvador consume 2 de cada 5 kilovatios/hora producidos.
“El calentamiento global nos está afectando (…) La energía tiene un rol fundamental en la sociedad: sin energía no hay industria, y sin industria, no hay desarrollo”, afirmó Eduardo Cader, presidente de la Asociación Salvadoreña de Industriales (ASI), en el marco del 10° Congreso Regional de Energía (COREN 2023), en agosto de 2023.
Desde el Estado, se deben abordar políticas concretas que vayan encaminadas a disminuir sus efectos. Sin embargo, para Meraris López, investigadora especialista en el tema, de lo que más se adolece en El Salvador es de una línea de financiamiento clara.
“No estamos viendo que se destinen recursos específicos, sobre todo en la conservación de ecosistemas que son vitales para nuestra protección, como los manglares, que, por ejemplo, son barreras naturales en las costas y evitan la salinización de suelos”, apunta.