Toda fiesta se acaba, tanto las privadas como las públicas, aunque estas últimas —por ser muy abundante el dinero gastado en ellas— suelen ser más duraderas. Eso es lo que está viviendo Argentina en este momento, la fiesta del Socialismo del Siglo XXI llegó a su fin ¡y de qué manera! De manos de un “anarcocapitalista” …. Lo que sea que eso quiera significar.
Lo cierto es Javier Milei llegó a desconectar la máquina que mantenía viva, mediante respiración artificial, a la truculenta corruptela clientelar enquistada en el gran país del Sur, que fuera abonada y regada copiosamente con las dádivas que, durante décadas, fluyeron generosas de las manos de los gobernantes peronistas y kirchneristas a favor de un pueblo pobre, para mantenerlo pobre y, de paso, sin educación, ya que es de sobra sabido que para que los gobernantes de esa particular etnia populista, accedan y se mantengan en el poder, requieren de manos desocupadas, de familias hambrientas y de jóvenes sin esperanza, que desesperadamente requieran de las migajas que caen de la opípara mesa en la que hacen festín los veleidosos gobernantes de este tan pintoresco Tercer Mundo.
Sí, es cierto, Milei —para la derecha económicamente sensata tanto en lo político como en lo económico, como para la izquierda de todos los colores y sabores— es un símbolo de interrogación aún pendiente de respuesta. ¿Estamos frente a un populista autoritario de derecha, un libertario anarquista que desechará toda sensata reglamentación económica o un estadista que privilegiará la economía de mercado, un Estado pequeño de poderes limitados y que finalmente controlará la corrupción y el derroche público que tiene postrado al país? Creo que estamos aún en etapas muy tempranas de su mandato como para dar una respuesta cabal a tan importantes interrogantes, lo cierto es que está tomando medidas y estas no han sido del agrado de amplios sectores sociales.
Y es que ya montados en eso del recorte ¿a quién “le gusta” que le quiten privilegios, subvenciones, ventajas fiscales, protecciones aduanales, preferencias cambiarias? Claramente, a nadie. Una vez que te has acostumbrado a parasitar del Estado, el destete no solo es terriblemente doloroso, sino que, en algunos casos, puede ser mortal para esos sectores que mal viven -pero viven- de las dádivas del gobierno. Salir a ganarse la vida al estilo del mandato del Génesis no es para cualquiera, más si por décadas te has acostumbrado a que papá Estado pague, total o parcialmente, tus cuentas.
Muchas de las llamadas “conquistas económico-sociales”, que en su mayoría no son otra cosa más que el cultivo clientelar que amplios segmentos poblaciones que por medio de dádivas que no cambian ninguna vida ni ayudan a nadie a superarse, lo único que hacen es asegurar votos para la próxima elección, a pues muchas de esas, simplemente, se van a ir por un tubo.
Y, hombre, hay que aclararlo, no es que los gobernantes que toman ese tipo de decisiones sean capitalistas insensibles sin corazón social… Es que, llanamente, ya no hay pisto.
Para que lo entendamos todos: todo padre de familia que gasta más de lo que gana acaba en la quiebra. Primero topa las tarjetas, luego hipoteca la casa, prenda su carro; no paga colegios, topa el cupo que tenía para fiar en la tienda y con la señora de las tortillas… hasta que nadie lo quiere ver ni en pintura porque le debe a todo el mundo. Pues a los Estados les para lo mismo, la diferencia es que, para calificar la situación económica de estos, los analistas utilizan frases complejas que nadie entiende. Le llaman “déficit fiscal” a esa sencilla situación cuando el Estado tiene gastos que no puede cubrir con sus ingresos fiscales ordinarios (que provienen de los impuestos regulares que todos, o casi todos, pagamos), por lo que requiere a endeudarse internamente como con las LETES y CETES que compran los Bancos y AFP o tomando el dinero de los cotizantes, como ha hecho con las AFP.
Esos dineros los utilizan los Estados para el pago de salarios a empleados públicos —que, en un régimen clientelar, se multiplican por miles— o a financiar sus simpáticas ocurrencias —como un hospital para mascotas o casetas de vacunación que nadie utilizó— y, por supuesto, a pagarse lujitos propios del cargo, como una envidiable caravana de carros de lujo blindados.
Pero, ¡sorpresa! Esos gastos los pagamos nosotros, todos, sin excepción. Ricos y pobres, empleados o desempleados, comercio formal o informal, hermanos lejanos y cercanos, nadie se escapa del pago de la deuda pública. Por eso en Argentina la cosa está que arde, ya le pasaron al pueblo la cuenta de la prolongada fiesta socialista y, por supuesto, no les gustó. Y tú, cuanto veas a tu vecino rasurándose, pon tus barbas en remojo, porque, tarde o temprano, también te van a pasar la cuenta.
Abogado, Máster en Leyes/@MaxMojica