La sonrisa de la Mona Lisa es quizás la más famosa expresión de felicidad en el arte. Su gesto, sutil y misterioso, más contento que regocijo, compite con el de otra obra reconocida. Perteneciente al barroco holandes, “El Caballero Sonriente” es un exquisito retrato al óleo de Frans Hals, actualmente en exhibición por primera vez en su centenaria historia en la National Gallery en Londres.
La risa en señal de triunfo, de alegría y satisfacción, de júbilo liberador, de plenitud y esperanza y por lo tanto de libertad, es lo que retrata a cabalidad Hals, pintor de pintores, admirado por Van Gogh, entre otros.
“El Caballero Sonriente”, obra de 1624, es uno de los mejores ejemplos de la maestría del artista. Una estructura sólida, zigzagueante, en apariencia espontánea, cubierta con trazos desenfadados y acertados en austeridad de colores, culmina en una explosión de color y afecto en el rostro sobre el lienzo. Se conoce poco del sujeto retratado. Se estima tendría 26 años, vestido en ropajes a la última moda de la época y decorados con emblemas asociados a la fortuna, la fortaleza, el amor y la virtud, según detalla su perfil en la Wallace Collection. Más su rostro es inolvidable, gracias a la genialidad del pintor.
Frans Hals pertenece al Siglo de Oro de los grandes pintores holandeses del siglo 17, de artistas como Rembrandt, Vermeer y la recién redescubierta Judith Leyster. Desde su llegada a Haarlem de joven, Hals rara vez dejó la ciudad, centro artístico y comercial que le permitió desarrollar su estilo gestual a través de numerosas comisiones de retratos, así como procrear una familia numerosa de 10 hijos con todo y las dificultades financieras que ambos empeños podrían conllevar.
50 obras de la mano de este artista del siglo 17 ha logrado reunir la National Gallery en colaboración con otros museos en esta exhibición, la primera y más completa en 3 décadas. Retratos de matrimonios, escenas grupales en gran escala, miniaturas en gruesos marcos de madera se exhiben en salas oscuras y tapizadas, como escenografías de la maravillosa condición humana.
En esta muestra conocemos al pintor joven y desenfadado, al miniaturista de retratos delicados e intensos, al retratista de la hegemonía masculina característica de la época, al sutil crítico del colonialismo y la religión, al amante del amor y fervor creyente del matrimonio, y finalmente, al artista en su soledad y vejez, sin más pretensiones que las de dejar huella de su paso por el mundo.
“Democrático” lo llama Rachel Cooke, crítico de arte del periódico The Guardian, retratando a todos por igual independientemente de su abolengo o jerarquía. En cambio los curadores de la muestra, Bart Cornelis y Charlotte Wytema, destacan su poder de observación, sus pinceladas expresivas y su sentido de espontaneidad y vitalidad. Detallan que su intención ha sido resituar a Frans Hals en el lugar que le corresponde en la historia del arte y dar a conocer su obra a un público más amplio.
Cabe la pregunta, ¿por qué ahora? Cerca de 400 años después de su muerte es en definitiva una ocasión para celebrar. La exhibición coincide felizmente con la reciente coronación del Rey Carlos III, mucho más cercano al pueblo y menos adepto a las formalidades. El sentir popular y la cercanía de un posible cambio de gobierno en las próximas elecciones británicas es otra posibilidad, aunque más lejana y sujeta al volátil azar político. Está claro en este último caso, que el que ríe de último, ríe mejor. ¿Quién mejor que Frans Hals para retratarlo?