Ecuador está inmerso en un “conflicto armado interno”, como definió la situación su presidente. Ahora mismo, el país es pasto de la violencia promovida por bandas armadas enfrentadas a elementos del ejército,desplegado en las calles como medida de contención a los secuestros, motines carcelarios, robos y saqueos, atentados y fugas de prisión de cabecillas de bandas delincuenciales… es decir: violencia ciudadana.
Para entender qué está pasando, es necesario irse un poco atrás en el tiempo. Concretamente a finales de los años noventa, cuando este país sufrió una de las crisis económicas más graves de su historia, provocada por un gasto gubernamental por encima de las posibilidades de recolección fiscal y de préstamos internacionales prácticamente impagables. Además de una importante caída en los precios del petróleo (principal ingreso de divisas del país), y la impresión de más moneda por parte del gobierno como respuesta a la crisis: la receta perfecta para causar una enorme tasa de inflación, y consecuentemente el sufrimiento de las personas con menos capacidad adquisitiva, caos en el mercado financiero, y mucho malestar.
Para salir al paso hubo un golpe de Estado, y la dolarización del país.
En esa tesitura, en el año 2007, Rafael Correa ganó las elecciones. En sus primeros años de gobierno se vio beneficiado por la subida de los precios del petróleo. Divisas que invirtió en una serie de reformas políticas-sociales concretadas en inversiones públicas en infraestructura, educación, salud, seguridad, etc.
Después de diez años de gobierno (2007-2017), Correa dejó un regalo envenenado a su sucesor, Lenin Moreno: una preocupante dependencia de los ingresos del gobierno de la exportación petrolera, y un endeudamiento -combinando deuda externa e interna-del país (cincuenta mil millones de dólares, correspondientes al 50% del PIB), que Moreno también engrosó durante su gobierno (sesenta mil millones, correspondientes al 60% del PIB).
Todo eso, sumado a políticas de ajuste económico, repercutió directamente en el bienestar de las clases populares. En el aumento de la delincuencia y en la profundización de una corrupción -y este es un factor determinante- que hizo que bandas criminales se enquistaran en el tejido social.
Así, un país empeñado y sin posibilidad de honrar adecuadamente su deuda, recortes en el gasto público y disminución de la inversión gubernamental, la crónica dependencia de los precios internacionales del petróleo, una extensión muy importante de la corrupción en todos los niveles gubernamentales, el florecimiento de bandas criminales nacionales y extranjeras, y la incapacidad de establecer una política monetaria propia… se convirtieron en los ingredientes del caldo de cultivo en el que ha estallado la violencia social que estamos viendo.
Al final del día, el cóctel de corrupción e ineptitud gubernamental ha posibilitado que bandas criminales como los “choneros”, los lobos, los lagartos y los “tiguerones”, se hayan hecho con el control de algunos sectores de las ciudades ecuatorianas. Tanto así que Fito, el líder de los choneros, y el capitán Pico, líder de los lobos, se han escapado de sendas prisiones los últimos días, y parecen estar liderando los movimientos violentos que enfrenta el ejército y que tienen “secuestrados” a los ecuatorianos.
Hoy día, en Ecuador, es guerra abierta: el ejército contra los bandoleros. Incluso, tanto que el vecino Perú ha mandado policías a sus fronteras para reforzar su propio control territorial.
Como sea, muchos analistas coinciden en que estos estallidos sociales de los últimos meses, tanto en Ecuador como en Colombia, Guatemala o Panamá, están motivados -entre otras cosas- por la ruptura del tejido social introducida por la pura y dura corrupción,la irresponsabilidad en el manejo de las finanzas del Estado, la ausencia del Estado y sus instituciones en la sociedad civil… Condiciones que, con poco que se vea, se repiten en bastantes países latinoamericanos para los que un estallido como el de Ecuador se convierte, simplemente, en cuestión de tiempo.
Ingeniero/@carlosmayorare