La reciente demolición del monumento que celebraba y promovía la reconciliación en El Salvador debe suscitar un profundo debate social sobre el significado de la memoria histórica en la construcción de una sociedad. Este acontecimiento, ocurrido apenas días antes del aniversario número treinta y dos de la firma de los acuerdos de paz que pusieron fin a una guerra civil devastadora, debe generarinterrogantes sobre el respeto hacia el pasado y sus lecciones.
El monumento, erigido en 2017 para celebrar el 25o. aniversario de estos acuerdos cruciales para el país, representaba una narrativa visual de esperanza y unidad. La figura de un soldado y una guerrillera, abrazados y liberando palomas, simbolizaba el anhelo colectivo de superar las divisiones y abrazar la paz. La presencia de una mujer, en un tono azul que identifica al país, accionaba como símbolo unificador.
Más allá de su estética o diseño, este monumento encapsulaba un llamado a dejar de lado las diferencias en aras de construir un país más próspero y unificado. Sin embargo, su demolición no se puede interpretar únicamente como la destrucción de una estructura física, sino como un intento deliberado por parte del actual gobierno de borrar selectivamente la historia reciente del país.
Las declaraciones del presidente, minimizando el significado de los acuerdos de paz y desestimando la magnitud del conflicto armado, no solo carecen de sensibilidad histórica, sino que también subestiman el sacrificio de millares de salvadoreños que perdieron la vida en un período oscuro de la nación. Paradójicamente, es la democracia instaurada por aquellos acuerdos de paz que hoy desestima el presidente, la que permite su permanencia en el poder y su eventual reelección, aunque esta sea una clara violación constitucional.
La demolición del “Monumento a la reconciliación” refleja una voluntad política de deshacer la historia, borrando la lucha, el sufrimiento y la búsqueda incansable de justicia e igualdad que ha guiado a este pueblo. La famosa frase “un pueblo que desconoce su historia está condenado a repetirla” adquiere una relevancia crítica en este contexto, pues las acciones del gobierno, al menospreciar este legado histórico, pueden desencadenar un retorno peligroso a conflictos del pasado, marcados por la sangre y el dolor.
Por lo tanto, es urgente reflexionar sobre la importancia de preservar la memoria histórica como guía para el futuro. No se trata solamente de un monumento caído, sino de la memoria que se intenta desmantelar en las nuevas generaciones. Esta memoria que es un recordatorio vivo de las lecciones más valiosas de la historia reciente de El Salvador.
La demolición de este monumento representa una confrontación no solo con una obra física, sino con la identidad misma de un país que ha luchado por la justicia y la paz. Debemos recordar y honrar la memoria de aquellos que sacrificaron por el bienestar de la nación lo único que tenían, la vida. La historia es nuestra guía, y es mediante el aprendizaje de nuestro pasado que podemos encaminarnos a construir un futuro más justo y equitativo para todas y todos.